1° de octubre: Santa Teresa de Lisieux

Hoy, la Iglesia recuerda la figura de Teresa de Lisieux, la pequeña.

¿Qué es lo que tiene de particular esta santa de fianles del siglo XIX? Aunque es una insensatez en unos renglones declarar algo más o menos coherente de ella trataremos de hacerlo. Creo que Teresita es una figura clave en la recuperación de la dimensión contemplativa del Evangelio en nuestros tiempos, un proceso que se necesita desesperadamente en la comunidad cristiana y que solamente está recién empezando a echar raíces. Teresita manifiesta una penetración extraordinaria en el corazón de las enseñanzas de Jesús sobre el Reino de Dios, así como un programa preciso para extenderlo a la vida cotidiana. Ella comprendió y participó profundamente en la experiencia que tenía Jesús de Dios como Abbá, una palabra tierna y amorosa para dirigirse al Padre.

Ella escribe: «La santidad no consiste en esta o aquella práctica sino en la disposición del corazón, que permanece siempre humilde y pequeño en los brazos de Dios, pero confiado hasta la audacia en la bondad del Padre». Eso era lo que Santa Teresita quería decir cuando hablaba del camino de la infancia espiritual.

Ella comprendió que la pasión, muerte y resurrección de Cristo se desarrolla en nosotros a través de los eventos de la vida diaria, esto es, a través de lo que sucede. Su resurrección está en el fondo incluso de cualquier montón corrupción y a su debido tiempo emergerá esa resurrección. La cruz y la resurrección son los dos lados de una misma realidad. Mientras nosotros algunas veces experimentamos una más que la otra, en el cristiano maduro se unifican. No importa cuál sea la que predomine, porque la otra siempre está presente.

Teresita expresó su visión intuitiva de cómo llegar a Dios con su ejemplo de un elevador. Escribe: «Ahora vivimos en una época de inventos, y los ricos ya no tienen que esforzarse en subir las escaleras. Toman el elevador. Eso es lo que tengo que encontrar, un elevador que me suba directo a Jesús, porque soy muy pequeñita para subir por la escalera empinada de la perfección. Así que escudriñé las Escrituras buscando algún indicio de mi elevador deseado, hasta que llegué a las palabras que salen de los labios de la Sabiduría Eterna: “Dejen que todos los que sean pequeños vengan a Mí”. Me acerqué más a Dios, sintiéndome segura de que estaba en el sendero correcto, pero como quería saber lo que Él le haría a un “pequeñuelo”, continué mi búsqueda. Esto es lo que encontré: «Sus niños de pecho serán llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hijo a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes».

Una vez alguien le preguntó a Teresita cómo se llega a la santidad, y su respuesta fue esta: «Piensa en una niña pequeñita situada al pie de una larga escalera cuyo padre amado está en la parte alta. Esta niñita sólo tiene dieciocho meses y los escalones son empinados y largos. La niña está extendiendo sus manitas a su padre para que baje y la cargue. El padre está en el tope de la escalera diciéndole: “¡Ven, sube! ¡Ven!”.

Por todo el Evangelio nos llega la misma invitación: «Ven y sé transformado. Olvida tus faltas. Olvida tus pecados. Sólo quédate conmigo en el momento presente y te cuidaré». Pero debido a que no somos como los niños pequeños, no escuchamos lo que nos reconforta.

La niña sigue levantando su piecito, pero aun haciendo el mayor esfuerzo no va a poder alcanzar el primer peldaño ya que sus piernitas son demasiado cortas. La niña continúa levantando un piecito y luego el otro, pero sin resultado. No hay ninguna esperanza de que ella vaya a poder negociar siquiera el primer peldaño. Su padre la sigue llamando con una ternura inmensa: “¡Ven! ¡Ven, te estoy esperando!” Ella sigue tratando y tratando. En otras palabras, la niña sigue apaleando el estiércol, aceptando su debilidad como también su incapacidad de lograr algún progreso. La tarea parece imposible pero ella no se da por vencida.

Pero si la niña continúa con sus esfuerzos inútiles, el Padre mismo, por su gran amor, no podrá resistir la situación más tiempo y se abalanzará escalera abajo, la recogerá en sus brazos, y la cargará hasta la parte alta de la escalera».

De esa forma, dice ella que fue como llegó a donde estaba en su vida espiritual: no por ningún esfuerzo propio, sino por la misericordia y la ternura infinita de Dios.

Es por este motivo que la percepción que Teresita tuvo del Evangelio, ha sido una contribución tan grande a la renovación espiritual de nuestros días, especialmente a la renovación de la vida contemplativa, que es el camino de la infancia espiritual, esto es, el de escuchar a Dios, esperando, intentando, confiando, y volcándonos hacia Él. Este camino significa negarnos a escuchar nuestros comentarios que nos dicen que no estamos llegando a ninguna parte o que nunca lo lograremos[1].

P. Eduardo Suanzes, msps

 

[1] Cfr. Thomas Keating. Santa Teresa de Lisieux. Su transformación en Cristo. Ed. Lumen, Buenos Aires, 2005

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