¡Qué minas de riquezas son las enfermedades!

P. Fernando Torre, msps

El título de este artículo puede resultarnos molesto o, al menos, extraño. ¿¡Cómo que las enfermedades son minas de riquezas!? Más bien, son feas y dolorosas; limitan nuestra capacidad de actuar y de convivir con los demás.

Las enfermedades no son, por sí mismas, minas de riquezas, pero pueden serlo; también pueden ser pozos de amargura. Depende de nosotros. Muchas personas, con ocasión de una enfermedad, se volvieron más humildes, compasivas, pacientes, agradecidas. Otras se hicieron más agresivas, pesimistas, encerradas, depresivas.

Veamos lo que Concepción Cabrera le dice a su hija: «¡Qué pena que esté malita ella![1] […] ¿Cómo sigues? Cúrate sin decir que no a nada, sino a tu propio juicio y querer. ¡Qué minas de riquezas son las enfermedades bien sufridas por Dios!»[2]

Para que las enfermedades sean «minas de riquezas» se necesita que sean «bien sufridas» y «por Dios». Enfermedades «bien sufridas» son las que llevamos con paciencia, haciendo caso a las indicaciones de los médicos o de las personas que nos cuidan, quejándonos lo menos posible de los sufrimientos y molestias o de las deficiencias en la atención que nos dan.

Enfermedades sufridas «por Dios» son las que nos impulsan a pedirle al Espíritu Santo paz, fortaleza y paciencia; las que ofrecemos con amor, junto con la cruz de Jesucristo, por la salvación del mundo y nuestra santificación; las que nos hacen ver a las personas que nos atienden como sacramentos vivos del Padre misericordioso; las que nos hacen experimentar la presencia de María al pie de nuestra cruz.

Las enfermedades nos bajan del pedestal de nuestro orgullo: nos hacen tocar con la mano nuestra vulnerabilidad y limitación, nos hacen ver la necesidad que tenemos de los demás, nos recuerdan que algún día moriremos. Por eso, pueden ser «minas de riquezas».

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Tomado del libro: F. Torre, Con todo el fuego de tu corazón, La Cruz, México 2021.

¡Un abrazo muy fuerte, querido Fernando!

 

[1] “Ella”: la misma Teresa de María.

[2] Carta probablemente de mayo 1909. C. Cabrera, Cartas a Teresa de María Inmaculada, México 1989. p. 48.

Conciencia y comunicación para una vida más feliz

Profundiza en los principios y las prácticas que nos permiten conectarnos con nosotros mismos y con otras personas de manera que aflore nuestra compasión natural
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P. Antonio Kuri Breña, MSpS

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A propósito de la conversión de Pablo: Dar un «golpe de timón»

P. Eduardo Suanzes, msps

En la vida espiritual, en la vida de todo aquel que quiere seguir a Jesús, se han de dar frecuentes «golpes de timón». Son esos cambios bruscos y decididos de rumbo que el timonel de un barco ha de efectuar si quiere que la nave no sucumba en la tormenta; o, por el contrario, si quiere evitar que su nave entre y permanezca apática y quieta en un mar de calma chicha, como balsa de aceite, y se quede ahí, sin movimiento, siempre en el mismo punto.

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Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo

P. Eduardo Suanzes, msps

Lo sabemos bien. El Nuevo Testamento afirma de muchas maneras, por activa y por pasiva,  la convicción de que es imposible separar el amor a Dios del amor al hermano; que el criterio de verificación de que amamos a Dios se cristaliza en el amor al hermano[1]; que la experiencia de Dios no es auténtica si no se manifiesta en el amor al prójimo. Que es en el contacto con la realidad donde se verifica la autenticidad de nuestros deseos de Dios, de  nuestros propósitos. Además, no se puede, es imposible, separar la cercanía de Dios de la del hermano: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas… y al prójimo como a ti mismo»[2]. Este es el núcleo del mensaje del Nuevo Testamento. Lo mismo que el Dios del Antiguo Testamento que vemos tierno y cercano en la Primera Lectura de Ezequiel, ese Dios Rey y Pastor que se preocupa por el último, por el débil, por el perdido y sabe cuidar al fuerte, así Jesús aparece en los evangelios como aquel que se conmueve en sus entrañas ante el dolor[3] y ordena: «Sean compasivos como su Padre es compasivo»[4]; «Ámense como[5] yo les he amado»[6].

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Domingo XXXI. ¿Hay algo más ridículo que un testigo de Jesús buscando ser distinguido por la comunidad cristiana?

P. Eduardo Suanzes, msps

 

Las filacterias, ahora ya lo sé, eran (son) pequeñas cajas forradas de pergamino o de piel negra de vaca que contienen tiras de pergamino en las que están escritos cuatro textos bíblicos fundamentales para el judío. Desde los trece años, durante la oración de la mañana en los días laborables, el israelita varón se ponía (se pone) una sobre la cabeza y otra en el brazo izquierdo, pronunciando estas palabras: «Bendito seas, Adonay, Dios, Rey del Universo, que nos has santificado por tus mandamientos y que nos has ordenado llevar tus filacterias». Es decir, era (es) una forma de tener la Ley siempre ante sus ojos.

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Cómo participamos del único sacerdocio de Cristo

P. Marco Álvarez de Toledo, msps

Desde una perspectiva eclesiológica, para entender el sentido y desarrollar el alcance de la participación en el Pueblo sacerdotal, es necesario ir a la raíz del asunto y preguntarse por la participación en el sacerdocio de Jesucristo dentro de la Iglesia.

Sólo Cristo Jesús es sacerdote

Este es el sencillo y fundamental punto de partida de nuestra reflexión. En la Carta a los Hebreos se dice con claridad que los cristianos tenemos un sacerdote, es más, un «sumo sacerdote» (Hb 8,1; 4,15) o un «gran sacerdote» (Hb 10,19.21), que es Jesús, el Hijo de Dios; y que su sacerdocio es radicalmente nuevo, puesto que en Cristo se ha producido un definitivo «cambio del sacerdocio» (Hb 7,12).

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