Adviento (continúa)

P. Sergio García, msps

“Ha resonado una voz en el desierto, preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos”.

Dos sorpresas: ¡Una voz en el desierto! ¡Una orden de ingeniería! La plaza pública parece más adecuada para gritar una orden y no el desierto. El profeta Isaías sabe por qué: se trata de un nuevo éxodo, una nueva experiencia de liberación.

Solo recordando el gran acontecimiento del Éxodo, experiencia fundamental de salvación y de alianza, puede apreciarse la experiencia del desierto.

El profeta dice: “Una voz grita: en el desierto preparen el camino del Señor” Se recuerda la salida triunfal de Dios al frente de su pueblo.

El evangelista dice: “Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor” El desierto ha pasado a ser lugar de conversión, lugar de confidencias entrañables: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón”

Baruc es genial: “Jerusalén, vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da, envuélvete con el manto de la justicia de Dios, adorna tu cabeza con la diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará su grandeza… “

Si mostrará su grandeza en la pequeñez de un niño ahora esperado, dentro de unos días aceptado con toda la fuerza del amor. Por eso tanta gloria, esplendor, adornos y bendiciones.

Baruc termina su propuesta: “Dios te dará un nombre nuevo: paz en la justicia, gloria en la piedad”. ¡Qué hermosos nombres como programas de vida! Solo habrá paz si hay justicia, solo habrá gloria en la piedad si se vive la justicia.

Isaías y Lucas se juntan para dar su mensaje: uno como promesa, otro como realización: “Todos los hombres verán la salvación de Dios”.

Esto es promesa y realidad, don y tarea. Porque falta que todos vean la salvación de Dios nos convertimos en profetas y evangelizadores, profetas y misioneros, profetas y místicos.

San Pablo, atento siempre a sus hermanos ruega para que el amor siga creciendo más y más y se traduzca en mayo conocimiento y sensibilidad espiritual. Seguimos recorriendo el camino del Adviento, camino de esperanza muy cierta; y la oración muy urgente: “Ojalá se rasgasen los cielos y apareciese el Salvador”. ¡Ven Jesús, ven…!

Y luego el acento conmovedor de la historia hecho poesía:

De nuevo Señor a esperarte.
Anhelar el abrazo contigo.
Renace la ilusión de encontrarte,
De hacer juntos por fin el camino.

Ven no tardes no esperes,
¿No ves el profundo vacío
que anida en todos los seres
si tu no vienes, bien mío?

Aunque es un decir muy certero:
Solo el que te tiene te espera,
también el que te espera te tiene
Y el esperar y el tener son verdaderos.

Vivir de esta manera el adviento,
como una experiencia sentida,
En esperarte y tenerte, yo siento,
se resume toda la vida.

¿Y Santa María y San José? Con ellos el adviento es Adviento con mayúsculas, con un corazón grande como el de ellos llenos de ternura, misericordia, fortaleza, perseverancia. Con ellos vivimos el Adviento acompañados, aceptados, amados.

María, Madre del Adviento,
Madre firme y fundamento,
Madre Santa y Sacramento.

Ven tú primero a nuestro Adviento,
ven antes y prepara el momento:
del encuentro de la vid y el sarmiento.

Haz posible nuestro encuentro,
Con aquel que ahora y desde dentro,
Es para siempre nuestro centro.
…..
Suéñame José en tu descanso,
Abierto al querer del Padre amado,
Suéñame también esperando,
A tu Hijo por sorpresa engendrado.

Suéñame siendo uno contigo,
Recibiendo a Jesús de tu regazo,
Viviendo siempre al abrigo,
De acogerlo también entre mis brazos.

Suéñame, José, soñando contigo,
Suéñame soñando sin descanso.

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