Decían que Jesús se había vuelto loco

Sábado 20 de enero 2018 – Oración.

 

P. Sergio García, msps

Jesús, leo tu palabra para que alimente mi oración.  “Entró en la casa, y se reunió tal gentío que no podían ni comer. Sus familiares, que lo oyeron, salieron a calmarlo, porque decían que estaba fuera de sí” (Mc 3, 20-21).

Jesús, mi primera reacción fue salir en tu defensa. Pero luego me doy cuenta de la gran verdad que encierran estas palabras. Es verdad, tus familiares tenían razón, tú estabas fuera de ti. No se entiende de otra manera tu proceder. Y experimento, en mi espacio de oración, que no se trata de comprenderte para aceptarte, sino de vivir tu locura de amor, tu pasión por la vida, tu incondicional entrega que va más allá de satisfacer el hambre natural y de caer bien a todos.

Sé que se oye mal, que algunos pueden escandalizarse todavía, pero si uno está muy cuerdo en sus recuerdos y experiencias pocas probabilidades tiene de adentrarse por los caminos del Evangelio. ¿Qué me acerca más a tu evangelio? ¿Qué me hace vibrar más el corazón, la razón o la locura? ¿La frialdad de la razón pura o la locura de la pasión amorosa hasta la cruz?

El amor enloquece cuando es amor de verdad; tu amor es de verdad, es la gran verdad de tu evangelio, mi querido Señor Jesús. Seguirte es de locos no de gente cuerda. Así nos disponemos a que no nos echemos atrás cuando digas: “El que se ame a sí mismo en realidad se pierde”, “el que quiera seguirme que tome su cruz”, “el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará” …

Alguien comenta: “La iniciativa de crear un nuevo pueblo de Dios recibe reacciones distintas. La multitud la apoya y decide seguir a Jesús. Un grupo más pequeño y cercano a Jesús, que incluye sus familiares y hermanos de raza, la rechazan por creer que con ella se rompe con los valores e instituciones del judaísmo. Al inicio de su misión, Jesús choca con la incomprensión de su familia, situación que se irá superando gradualmente”.

Se trata de aceptar incondicionalmente el triunfo de un crucificado, de mirar el horizonte donde aparece la cruz, de aceptar que para entrar al Reino hay que hacerse como niño. Creo, mi Jesús, que la verdadera sabiduría se encuentra en esta tu locura de amor. Perder para ganar, perdonar para sanar, vivir para servir, dar la vida para recuperarla de nuevo, saciar el hambre de cinco mil con cinco panes y dos peces, consentir en la coexistencia del trigo y la cizaña, de la levadura en la harina, de la terquedad en perdonar hasta setenta veces siete, de abrazar amorosamente al hijo que se había perdido, de la felicidad de los pobres y misericordiosos, de vencer el mal a fuerza de hacer el bien. ¡Qué de locuras, Jesús!

Tus familiares tenían razón, estabas fuera de ti mismo, entusiasmado y apasionado por la forma como el Padre quería que realizaras tu misión. No se trata de aguantar, ni de decir “no hay de otra”, sino de una claridad en cada paso que dabas, cada palabra que salía de tu boca, cada actitud venía de esa mirada que te habitaba por dentro, que te desbordaba por cada uno de tus momentos de vida.

Era la mirada de tu querido Padre que llenó cada instante de tu vida, que hiciste de su voluntad tu alimento en cada momento. Una mirada que marcaba tu respiración y tu entrega, tu voluntad decidida de pasar haciendo el bien y de hacerlo bien.

¡Ah mi Jesús, qué distinta sería nuestra vida si estuviera siempre marcada por esa mirada amorosa del Padre! Así lo viviste tú en cada momento independientemente de la aceptación o del rechazo.

¿Cómo llegaste a estos momentos? ¿Cómo se fue gestando tu recia personalidad con capacidad de superar la incomprensión, el rechazo, la indiferencia? ¿Cómo fue que caminaste con disponibilidad total hasta dar tu vida en la cruz?

Creo, mi Señor Jesús, que todo eso fue el fruto de tus largos años de silencio y de amor callado, de tus noches de oración, de tu resuelta voluntad de salvarnos. Al mismo tiempo que mirabas en el horizonte final de tu vida las consecuencias de tu predicación, mirabas también amorosamente a todos nosotros para salvarnos y llenarnos de vida abundante.

Admiro, Jesús, esa armonía entre tu oración y tu acción; esos momentos de soledad y silencio orante y el experimentarte abrumado por la presencia de tantos hermanos necesitados que ni te dejaban tiempo para comer. Sólo un amor apasionado hasta la locura lo hacía posible. Gracias, Jesús.

En ti, Jesús, el equilibrio no es precaución; la armonía no es indiferencia; tus espacios no son moderación. Todo en ti es amor apasionado, locamente apasionado. Entiendo que tus familiares quisieran ir por ti para calmarte pues pensaban que te habías vuelto loco. No comprendieron que la locura ya estaba dada en tu misma esencia amorosa: a Dios Padre para glorificarlo, a nosotros para redimirnos.

El Papa Paulo VI decía: «Hagamos un alto para contemplar la persona de Jesús, en el curso de su vida terrena. Él ha experimentado en su humanidad todas nuestras alegrías. Él, palpablemente, ha conocido, apreciado, ensalzado toda una gama de alegrías humanas, de esas alegrías sencillas y cotidianas que están al alance de todos. La profundidad de su vida interior no ha desvirtuado la claridad de su mirada, ni su sensibilidad». (Beato Pablo VI, Exhortación Apostólica «Alegraos siempre en el Señor», no 23).

Jesús, a medida que pasa el tiempo y contemplo mi historia y me asomo a los orígenes de mi vocación, me experimento un poco como tú. Nunca he logrado explicar el porqué de mi pasión por ti. La verdad no busco explicación, deseo que crezca y eso depende de ti. Y en estos momentos de oración, al compartirlos con mis hermanas y hermanos de camino, se va iluminando mi palabra y se va “alocando” cada vez más mi corazón. No soy yo quién para decirlo. Me atrevo a hacerlo porque en este compartir momentos de oración imagino que a todos les sucede algo parecido.

Jesús, acrecienta esa locura. Decía mi querido Padre Félix: «Los enamorados, los apasionados, los de las locuras santas de la cruz saben, ellos solos saben, lo que es amar. Saben que amar es darse. Dios nos ama porque es Dios. Ser Dios es a la vez crear, amar y darse» (Félix de Jesús Rougier. Escritos, Circulares y Cartas, 245).

Crear, amar, darse mi Jesús es una descripción de tu vida que se convierte en invitación a seguirte haciendo lo mismo. Jesús, mi siempre querido Señor Jesús, que experimente siempre la locura de tu amor y que pueda también vivir locamente enamorado por ti sirviendo a mis hermanos. Amén.

P. Sergio García, msps

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