
Jesús tuvo una madre excepcional, Jesús tuvo un maestro extraordinario: María y José. En este mes de mayo, a nivel civil social los recordamos con especial amor, admiración y gratitud.
Se preguntaba la gente “¿De dónde la viene a este esa sabiduría?
«¿No es este el carpintero, el hijo de María, y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros?» Y se escandalizaban a causa de Él” (Mc 6, 3).
“Esta es mi biblia soy todo lo que dice que soy, tengo todo lo que dice que tengo, puedo hacer todo lo que dice que puedo hacer. Hoy recibiré la palabra de Dios; confieso que mi mente está alerta, mi corazón está receptivo. Nunca más seré igual. Estoy a punto de recibir la incorruptible, indestructible siempre viva semilla de la palabra de Dios. Nunca más seré igual, nunca, nunca, nunca. Nunca más seré igual en el Nombre de Jesús. Amén” (Pastor, Danilo Montero).
Danilo Montero es un querido cantautor, autor y pastor de origen costarricense, considerado como uno de los pioneros del género de música cristiana en América Latina. Actualmente es el pastor general de la iglesia Lakewood hispana en Houston, Texas.
Dime cómo es tu madre, dime quienes fueron tus maestros y maestras y te diré como eres y aprenderé de ti insondables verdades de la vida y la sabiduría.
La gran afirmación de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Esto fue solemnemente definido por el Concilio de Éfeso (año 431). Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.
El Concilio de Éfeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) definió: «Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que, por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema.»
El Concilio Vaticano II hace referencia del dogma así: «Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades» (LG, 66).
Las definiciones y declaraciones de verdades que tienen que ser aceptadas son buenas y básicas, pero hay detrás de esta experiencia un proyecto de Dios, una vocación como iniciativa de Dios sin la cual nada podría ser posible. La maternidad es la gran posibilidad de Dios para prolongar la vida que él mismo puso en movimiento.
La grandeza y la dignidad de la madre le viene de manera muy especial y directa de Dios en una propuesta de mediación para crear vida. Y crear vida no sólo es hacerla posible en el tiempo y el espacio, sino conservarla, cuidarla, crecerla, hacer posible esa existencia desde el amor. Lo más parecido al amor de Dios es el amor de las madres.
Como todo esto se da con la participación libre, responsable, amorosa de la mujer llamada a vivir esta vocación todo dependerá de esa referencia amorosa con Dios, autor y consumador de todo amor.
Celebrar un día para festejar a nuestras madres tendría que ser el asomarnos un poquito al modo como Dios Creador todo lo hizo con sabiduría y amor. No soy quien para decir que la vocación de la madre es difícil, trasciende los parámetros de lo “socialmente correcto”, afortunadamente. Es insondable el misterio de la maternidad. Toda madre tiene mucho de Dios en sus entrañas y serán puestas en lugar especial de eternidad.
Y como una prolongación tanto afectiva como efectiva en la tarea de construir este mundo están las maestras y maestros con corazón de Dios y con vocación de ser como Jesús: Maestro, Camino, Verdad y Vida.
Maestras y Maestros tiene una de las misiones más hermosas que pueden darse en nuestra sociedad: aprender para enseñar, vivir para orientar, desgastar la vida para llenar de vida y de conocimientos a los alumnos. Todas las maestras y todos los maestros fueron antes alumnas y alumnos, experimentaron de cerca la realidad de ser como cera blanda con la que se puede realizar verdaderas obras maestras.
Para mí, la enseñanza va por encima de todas las obras de arte que tanto admiramos, cuidamos y preservamos para las generaciones futuras.
Jesús, buen maestro es punto y aparte. Jesús no tuvo alumnos sino discípulos; Jesús no espero que lo buscaran o que lo orientaran a dar temas de historia de la salvación, Jesús busca a sus discípulos, hombres y mujeres en quienes depositar un proyecto incluido en el designio del Padre. Jesús llama prepara y envía; Jesús enseña con el ejemplo, orienta con la Palabra, convence con su misma vida.
Jesús tiene las de ganar: no dice nada por sí mismo sino lo que le ha escuchado a Dios Padre, Jesús garantiza la comprensión de sus palabras y enseñanzas enviando al mismo Espíritu de Dios.
“Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues, si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes (Jn 13, 13-15).
Mamás, maestras, maestros aunados en una misma vocación, en un grandioso servicio a la sociedad cuando se hace desde el amor, la entrega apasionada y generosa como lo hizo Jesús, entonces, sólo entonces tendremos el mundo querido por Dios, el mundo que empezó a ser desde el momento en que dijo: “Haya luz y hubo luz” (Gn 1, 3). ¡Mamás, Maestras y Maestros, felicidades!
P. Sergio García, msps