Domingo VI de Pascua. Jn 14, 15-21

P. Sergio García, msps

Dicen que los dogmas son secos, duros e impenetrables. Además, lo dicen dogmáticamente. Escucho en este evangelio una vitalidad tal que arde el fuego del amor del Padre en el que está Jesús orando por nosotros y pidiendo para nosotros el don de su Espíritu Santo. Y ahí, en ese inmenso e insondable mar de amor nos quiere Jesús dentro, transitando de uno a otro, pero con los pies bien puestos en la tierra cumpliendo sus mandamientos. Es el modo de amarlo y el gozo de vivir en fe.

 Acostumbramos poner la larga lista de dogmas en fila como si todos fueran lo mismo. Apuesto que hay muchos de nuestras comunidades que creen más en el diablo satán y su paraíso infernal, que el Espíritu Santo que es el espíritu de verdad y al que se le puede recibir. Por eso estamos como estamos, por eso las horas bajas de nuestra fe, las pérdidas de valores y el cúmulo de incoherencias que se dicen sobre el amor, la vida, el matrimonio, etc.

 La fe no está en orden de aceptar verdades principalmente sino en la confianza en un Dios que nos ama y que nos pide aceptarlo. Y qué bonito es aceptar a Jesús, comprender que creer es confiar por sobre todos los problemas porque la buena noticia es más grande de lo que suponemos. Frase por frase en este tan maravilloso evangelio:

 —“Si me aman, cumplirán mis mandamientos; y yo pediré al Padre que les envíe otro Defensor que esté siempre con ustedes…” Ante todo, el amor como condición, como punto de partida, pero un amor que se manifiesta en cumplir sus mandamientos… Éste “mis mandamientos”, es entrañable y muy importante. No dice los mandamientos, sino “mis mandamientos”. ¿Cuáles, nos preguntamos? Señalaré por lo menos cuatro: “amarnos unos a otros como él lo ha hecho, tomar y comer su cuerpo, hacerlo en memoria suya, ir por todo el mundo a predicar el evangelio”. Estos son unos de sus mandamientos. Y en seguida la oración eficaz de Jesús al Padre pidiendo para nosotros otro Defensor. Su obra sigue, la continuamos nosotros de esta manera. Éstas palabras pueden ser todo un proyecto personal de vida nueva.

 —“No los dejo huérfanos, volveré a visitarlos”: Es el colmo de la ternura, del comedimiento sensible para querer estar con nosotros. Le ha gustado a Jesús “ser un Dios con y para nosotros”. Nos sentimos muy orgullosos de él porque sus promesas se cumplen siempre. Viene para acompañar y no para pedir cuentas; viene para alentar no para desanimar y echar en cara nuestras limitaciones y fallos. Viene simplemente porque al Señor y Maestro “le caemos bien, le caemos en gracia”. Y él si se toma en serio todo lo que significa estar con nosotros.

—“porque yo vivo y ustedes vivirán”: Reitera el porqué de su venida “yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. No quiero ser pesimista pero no dejo de pensar, y me duele hacerlo, en la mediocridad de nuestra vida cristiana. Es verdad, como nos dice el Papa Francisco, que no hay familia perfecta, que no somos perfectos. Esto es claro y consolador. Pero, y también lo dice el Papa, necesitamos que se nos note ese entusiasmo y fervor de vivir como discípulos de Jesús. En el entusiasmo y apasionamiento por tu fe ¿cómo te calificarías del 1 al 10? Pero Jesús no viene a calificarnos, viene para estar a nuestro lado.

 —“En aquel día entenderán que yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes”. Si se fijan bien en los tiempos verbales que utiliza Jesús no está diciendo que en el futuro estaremos con Él. Está diciendo que con la efusión del Espíritu, de una manera real, pero mística (esto no quiere decir no-real) estamos ya en el centro de la Trinidad, estamos ya en el cielo. “Yo estoy, ustedes en mí y yo en ustedes”…, ahora. Es un presente actual.

 —“Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”. ¿Será posible vivir y no amar a Jesús? ¿Será Jesús alguien más en la lista de nuestros amores? ¿De verdad creemos que es posible amarlo o no amarlo? Para mí no hay más que una respuesta: amarlo con todas sus consecuencias, amarlo y hacer mía su causa, amarlo e ir haciendo mi vida como la de él, compartir sus sentimientos sacerdotales y de servicio, de entrega y generosidad. Es verdad que nosotros estamos envueltos en miseria y pecado, pero a él no parece importarle, simplemente busca nuestro amor porque nos dice que al hacerlo recibimos, por pura gracia, el amor misericordioso del Padre.

 —“y yo pediré al Padre que les envíe otro Defensor que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la verdad…” Jesús está terminando su misión o, mejor dicho, la continuará de otra manera: enviará al Espíritu Santo que será el Defensor permanente con la comunidad de Jesús. Esta primera promesa del Espíritu revela el nuevo modo de la presencia de Jesús con los suyos. No los va a dejar huérfanos. El Espíritu viene para unir y fortalecer la comunidad. Éste es un primer paso para prepararla para su lucha contra el mundo y lo mundano, en la que el Espíritu jugará un papel clave.

 La Pascua sigue creciendo, sigue desbordando amor y vida en un mundo que se debate entre la guerra y la injusticia, entre la pérdida de valores y una técnica que ofrece una doble cara de avance y de dominio. Nos acercamos a Pentecostés: ¡nos urge una nueva efusión del Espíritu Santo!

 
P. Sergio García, msps

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