Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario. 15 de octubre de 2017

P. Sergio García, msps

«Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos» (Mt 22,14). La expresión como conclusión viene al final de una parábola sobre el Reino de los cielos.  

 En estos domingos, ya van tres parábolas, como auténtica denuncia, dicha a las autoridades del pueblo: Los dos hijos, los viñadores y la viña y ésta del banquete de bodas.  

 “La presencia del rey ofrece la clave del juicio que recae sobre cada uno de los invitados al banquete. En este marco de referencia tiene sentido la pregunta por el traje de fiesta. Para entrar en el banquete del reino es necesario un estilo de vida que ponga en práctica las enseñanzas de Jesús. No todos los invitados al banquete (los llamados) se encontrarán al fin con los elegidos. Lo que convierte a los invitados en elegidos es el amor encarnado en las circunstancias concretas de la vida”, dice mi buen maestro Alonso Schökel.

 Y, sin embargo, me saltan un montón de preguntas: ¿Quién llama y quién escoge? ¿A quiénes llama? ¿Para qué llama? ¿Qué instructivos da al llamar? ¿Por qué no son los mismos los llamados y los escogidos? ¿Es vocacional el texto? ¿Es amenaza o precaución?  

 A partir del Concilio Vaticano II sobre todo se nos recordaron las tres grandes vocaciones universales: vocación universal a la santidad, a la comunidad, a la misión: todos santos, todos hermanos, todos apóstoles. Un paquete que viene incluido en la llamada a la vida que Dios puso en movimiento por la mediación de nuestros padres. “Todos son los llamados”. 

 La vida se va realizando por realidades internas que vienen desde dentro y que son genéticas y también por las circunstancias que configuran nuestra personalidad. “Yo soy yo y mis circunstancias y ni no me pierdo”, decía Ortega y Gasset. No es lo mismo ser cristianos del siglo XVI que del siglo XXI; no es lo mismo ser cristiano en Alaska que en la cuenca del Amazonas.  

 Sea como sea hay vida y, además de cuidarla y hacerla crecer, trae consigo el porqué es vida y cómo se realiza para que se vaya dando de plenitud en plenitud. 

 De ahí esas tres vocaciones universales: a la santidad, a la fraternidad, a la evangelización. Y es ahí donde se nota la desproporción entre los llamados y los escogidos. Que aquí el llamado y la elección no vienen de fuera sino de la profundo de nuestro ser. El único que puede llamar es Dios, el único que puede escoger es el hombre mismo haciendo uso de su libertad.  

 La parábola propuesta por Jesús es una mirada al interior de cada persona en donde se realiza el juego y rejuego de ser llamados y ser escogidos. En la combinación de ambos se da la verdadera felicidad que Jesús asemeja a un banquete de bodas. Ciertamente se nota quien es quien. En el juego de ajedrez se sabe dónde está el rey y dónde el peón. Al final van los dos a la misma caja, pero cada uno conserva la misión y categoría que ha tenido durante el juego.  

 Dios me ha dado la gracia de elegir, ha depositado en mí la confianza de orientar mi destino, siempre contando con la seguridad de estar envuelto en su misericordia y en su amor. Me lo hace ver muy claro el Apóstol san Pablo en la segunda lectura: “Yo sé lo que es vivir en pobreza y también lo que es tener de sobra. Estoy acostumbrado a todo: lo mismo a comer bien que pasar hambre: lo mismo a la abundancia que a la escasez. Todo lo puedo unido a aquel que me da fuerza”.  

 Por otra parte, y tratando de ver desde otra perspectiva este evangelio con los anteriores, es la contraparte del anuncio kerigmático. También la denuncia lleva en sus entrañas la alegría propia del anuncio del evangelio. El kerigma lleva a la aceptación de la persona de Jesús como Salvador y Señor y por eso mismo el don del Espíritu Santo; la denuncia lleva a una conversión sana y coherente, ordenada y permanente.  

 El que este evangelio tenga también destinatarios concretos: los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo que tenían la autoridad civil y religiosa, no me impide que lo contemple y aplique a mi persona, que confronte mi modo de vida con esta nueva denuncia de Jesús. 

 Hay un elemento que viene incluido en ser escogido o, mejor dicho, aceptar ser escogido por el Señor que es “la imaginación creadora”. No puedo aceptar ser llamado sin echar a volar la imaginación que me ayude a responder de la mejor manera posible. Los cristianos hemos perdido esa “imaginación evangélica” que nos lleva por caminos nuevos siempre iluminados por el evangelio. Estamos tan metidos en nuestras tradiciones, en la ley y los mandamientos, en las costumbres y nos establecemos como críticos insobornables de nuevas propuestas en el aquí y ahora de nuestro ser de cristianos como discípulos de Jesús. 

 La Iglesia siempre ha creído, pero no ha creído de la misma manera; la fidelidad está siempre adelante como lo señala Jesús cuando dice: “Quién pone la mano en el arado y echa la vista atrás no es apto para el reino de Dios” (Lc 9, 62). ¡Cuántas propuestas nuevas ha lanzado el Papa Francisco motivado por su corazón de buen pastor y pensando en los débiles y señalados como fuera de la Iglesia (por ejemplo, divorciados vueltos a casar), y cuántos católicos de primera fila han apelado a la tradición más que al corazón, al cumplimiento del mandamiento más que al perdón y fraternidad! Al menos pide un sano discernimiento “para poder llevar el traje de fiesta”. 

 ¡Cuánto por orar este evangelio! ¡Cuánto por discernir a su luz! Y, desde luego, decidir ser de los escogidos con todo lo que implica. El sí inicial me pide un cambio permanente pero siempre en y dentro de la persona de Jesús y de su Iglesia que eso, para mí, no es negociable. Me ha llamado y me ha escogido. Me ha escogido para una misión y experimento que la misión me tiene a mí para ir sembrando semillas de verdad y amor, de paz y solidaridad, de confianza y perdón, de gozo y de emprender el camino nuevo de una reconstrucción para familias nuevas, felices, verdaderas escuelas de fe, identidad y amor. Es necesario hacer frente a la cultura de muerte cuya cabeza es el aborto y a la cultura de la esterilidad. No se trata de amar, se trata de amar como Dios manda siendo creadores con él y constructores de una sociedad nueva con corazones nuevos. 

Imposible no recordar a Santa Teresa la grande, Teresa de Ávila: 

“Nada te turbe, 
Nada te espante, 
Todo se pasa, 
Dios no se muda.  
La paciencia 
Todo lo alcanza;  
Quien a Dios tiene  
Nada le falta:  
Sólo Dios basta”. 

 

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