Habla Nadir, discípulo de la comunidad de Colosas. Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

P. Eduardo Suanzes, msps

Pablo nunca había venido a Colosas por lo que la recepción de una de sus cartas a nuestra comunidad nos llenó de especial alegría. No estábamos muy lejos de Éfeso, en donde él vivió por un par de años, así que cuando Epafras, su discípulo directo, nos dijo que había llegado una carta de él nos reunimos todos en su casa para saborearla juntos.

Yo soy judío de pura cepa y desde el año 61 vivo en esta ciudad de Colosas, en medio de la región de Frigia, en Turquía. Me llamo Nadir y todos me tienen un especial cariño y deferencia porque conocí directamente a Jesús, cuando todavía era joven.

Era media tarde cuando comenzó Epafras con la lectura de la carta de Pablo y las horas pasaban suavemente, pues de tanto en tanto se detenía para que comentáramos lo que Pablo nos quería decir. Ya era de noche cuando, casi al final de la carta, Epafras leyó aquello de:

«Puesto que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios… Revístanse del nuevo yo…que Dios los creó a su propia imagen»

Casi instintivamente me eché las manos a la cara cubriéndome los ojos tratando de evitar que la comunidad descubriera mis lágrimas. El intento fue en vano, pues el mismo Epafras se detuvo en la lectura. Todo quedó en silencio. El saber que conocí a Jesús y mi reacción los puso sobre aviso de que algo había en la carta de Pablo que me había llevado a mi juventud.

Epafras cariñosamente esperó a que me calmara; me trajeron un vaso de agua y cuando alcé la mirada pude ver las caras de todos demandándome una explicación a mi reacción. Miré a Epafras y él asintió con su cabeza. Así que comencé a hablar atropelladamente.

He de decirles que tengo un hermano llamado Barak, comencé; él aún vive en Cafarnaúm y también conoció a Jesús. No nos llevábamos nada bien, sobre todo desde que murió nuestro padre. Cuando Barak salió con eso delante de Jesús y en medio de toda la gente, sacando a la luz pública nuestras broncas familiares, quise tirarme a su cuello y zarandearlo como se hace con una sonaja. ¡Semejante traidor! ¿A qué sacar esto delante de todo el mundo, y delante del Rabí?. Me la tenía guardada; no cejaba en su empeño de tener parte en la herencia que nuestro padre me dejó, y así se quejó con Jesús. Sí, teníamos el mismo padre, pero él era hijo de otra mujer; así que no me viniera con cuentos, pensaba. Desde que nuestro padre murió mi “no” fue rotundo y la Ley me amparaba. Cuánto odio sentí por él en aquel momento! Ese patrimonio era mío y sólo mío y por Dios que él no iba a tener nada de eso. Todo el mundo me miraba y yo con mi rostro encendido por la ira.

El Rabí me miró de soslayo cuando mi hermano terminó de hablar; sabía que se trataba de mí porque mi hermano no dejaba de señalarme y las miradas de todo el mundo me delataron. Pero Jesús solo me miró durante un instante y no puso en mí demasiada atención. ¡Cuánto alivio sentí cuando el Rabí nos dijo que él no estaba ahí para ser juez de nada y mucho menos de distribuidor de herencias!

¡Toma ya! ¡Chúpate esa!, pensé para mis adentros. Todos voltearon inquisitoriamente a Jesús sin entender lo que él estaba diciendo. Dejé de ser el centro de atención y eso me alivió.

De pronto, siguió hablando Jesús diciendo que la felicidad, que la vida de un hombre no dependía de la abundancia de sus riquezas, todo lo contrario: que la felicidad estaba en vaciarse en favor de los demás…

¿Pero qué dice este?, comentaba la gente, ¡si Dios bendice con riquezas la vida del hombre! Y continuaba afirmando el Rabí que las cosas del hombre, las posesiones, las riquezas, el tener, el llenarse de todo, no es lo que nos hace felices; lo que le hace feliz a un hombre, continuó, es llenarse de las cosas de Dios. Y para llenarse de Dios hay que vaciarse primero.

Todo el mundo enmudeció a la vez por el desconcierto. ¿Cómo es esto posible? Viendo la incredulidad de la gente, Jesús nos contó un cuento que hablaba de alguien muy rico que había tenido una cosecha inmensa y que para darse a la buena vida por el resto de sus días, construyó unos graneros muy grandes para retenerlo todo y vivir de la rentas. Esa era la única aspiración de aquel individuo. Y yo vi que estaba hablando de mí. Esa era mi única aspiración en este mundo: disfrutar de la herencia de mi padre y darme a la buena vida.

Para dar más énfasis al cuento, y que comprendiéramos lo que nos quería decir, el rabí lo concluyó relatando que aquel hombre rico murió esa misma noche. Y así concluyó.

Al poco rato todo el mundo se fue, pero yo me quedé. Mi hermano Barak también desapareció pues entendió que sus expectativas con relación a Jesús no se habían cubierto. Pero yo me quedé como un pasmarote, de pie delante de Jesús, mudo. Él ahora sí que me miró, y no solo eso, se acercó a mí sonriendo. Sus doce amigos me miraban con desconfianza y con sentencia condenatoria. Pero Jesús no. Nos sentamos sobre unas piedras y me preguntó: Nadir ¿lo has comprendido?

Yo no sabía qué responder; algo me quemaba el pecho por dentro, pero seguía sin entender. Era como si un abismo de luz se estuviera abriendo delante de mí, pero no comprendía nada. Jesús continuó:

«— Mira, Nadir. Tú eres imagen de tu Padre Dios. ¿Estás de acuerdo con eso?. Después de escuchar mi “por supuesto”, siguió: Pues si eres imagen de Dios significa que solo podrás reconocerte cuando le miras, cuando te reconoces cuando te ves en un espejo. ¿Lo entiendes?. Sí, respondí. Pues si tú eres lo que eres cuando miras a Dios, serás feliz, encontrarás la vida, solo con lo que Él es feliz. ¿Me sigues?. Y Dios es sobre todo y por encima de todo misericordia. La misericordia es lo que define a Dios. Esto quiere decir que tu verdadero yo, es decir, lo que te realiza como ser humano es precisamente eso: ser misericordia.

Si Dios es misericordia es porque se inclina ante el hombre desvalido; porque es fiel y jamás abandonará al ser humano; porque te ama con un amor entrañable que está más allá de cualquier comprensión. Es decir, Nadir, que Dios se vacía de sí mismo solo, solo por amor a ti y, solo por amor a ti se te da completamente. Él es tuyo y para ti y le encanta ser así por ser tuyo y para darse a ti. Esa es la felicidad de Dios. Con esto te estoy diciendo que tú solo podrás ser feliz, tener vida, si te das, si te vacías con tu hermano; te digo que experimentarás tu verdadero ser cuando lo hagas de todo corazón.

Las cosas no son válidas en sí mismas, son una ilusión. Son válidas en cuanto te acercan a lo que tú eres en realidad: solo misericordia. Si tienes algo, dalo; si has logrado con tu esfuerzo algo, dalo. Yo te llevo a la ganancia por el extraño camino de la pérdida. Ese es mi camino y no conozco otro».

Volví a Cafarnaúm y llamé al juez. Me deshice de la herencia de mi padre en favor de mi hermano. Él disfruta de la vida regalada en Cafarnaúm sin entender todavía qué pasó aquel día, sin saber que yo encontré la auténtica con Jesús.

La comunidad quedó muda y Epafras se puso a orar en silencio. Todos le imitaron. Yo continuaba entre jadeos recordando aquel día con Jesús en que mi vida cambio de medio a medio.

Eduardo Suanzes, msps

2 respuestas a «Habla Nadir, discípulo de la comunidad de Colosas. Domingo XVIII del Tiempo Ordinario»

  1. Estimado y querido Padre Eduardo, un gusto saludarlo desde Costa Rica, primero Dios este muy bien, toda su comunidad y su familia y amigos. De corazón le agradezco sus sentidas y hermosas palabras para con el Padre Manolo, me uno a sus sentimientos y parabienes para el Padre Manolo. Por el tiempo que su estimable persona estuvo en Costa Rica sumamente agradecida por sus enseñanzas espirituales y sus oraciones. Por otra parte sigo aprendiendo con toda esta hermosa página. Un abrazo hecho oración Mayabel y familia.

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