II Domingo de Adviento

Sergio García, msps

La conversión en la vida es, en realidad, una vida de constante conversión. Es cierto que es la primera palabra que pronunció primero Juan Bautista y luego sobre todo el mismo Jesús. Pero no para que fuera la primera experiencia de frente a su Persona y su mensaje, sino para vivir de esa conversión permanente toda la vida.

Dos sentidos tiene la conversión: el primero aplicado a todos nosotros que significa el paso del pecado a la gracia, sino sobre todo el segundo sentido: el cambio de mi proyecto, de mi manera de pensar, de nuestro horizonte o ideales, al horizonte y proyecto de Jesús.

La conversión, además de ser una meta en el camino es el camino mismo. Ya no podemos decir: soy un convertido, sino decir: vivo en y de la conversión.

En este domingo se escucha el llamado urgente para convertirnos y preparar la venida del Señor; cuando lleguemos a la Navidad emprenderemos o prolongaremos la vida a partir de una nueva conversión. Apertura, oración, disponibilidad, capacidad de admirar, mirar en una misma dirección, recomponer para reponer a Jesús en el lugar que le corresponde en nuestra vida.

“Ha resonado una voz en el desierto, preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos”.

Dos sorpresas: ¡Una voz en el desierto! ¡Una orden de ingeniería! La plaza pública parece más adecuada para gritar una orden y para construir una avenida. Solo recordando el gran acontecimiento del Éxodo, experiencia fundamental de salvación y de alianza, puede apreciarse la experiencia del desierto.

El profeta dice: “Una voz grita: en el desierto preparen el camino del Señor”. Se recuerda la salida triunfal de Dios al frente de su pueblo. El evangelista dice: “Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor”. El desierto ha pasado a ser lugar de conversión, lugar de confidencias entrañables: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón”.

Isaías es genial: “Brotará un renuevo del tronco de Jesé… sobre él se posará el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de piedad y temor del Señor”.

Si mostrará su grandeza en la pequeñez de un niño ahora esperado, dentro de unos días aceptado con toda la fuerza del amor. Por eso tanta gloria, esplendor, adornos y bendiciones.

Isaías termina su propuesta: “Aquel día la raíz de Jesé se alzará como bandera de los pueblos, la buscarán todas las naciones y será gloriosa su morada”.

Isaías y Lucas se juntan para dar su mensaje: uno como promesa, otro como realización: “Todos los hombres verán la salvación de Dios”.

Esto es promesa y realidad, don y tarea. Porque falta que todos vean la salvación de Dios nos convertimos en profetas y evangelizadores, profetas y misioneros, profetas y místicos.
San Pablo, atento siempre a sus hermanos ruega para que el amor siga creciendo más y más y se traduzca en mayo conocimiento y sensibilidad espiritual.

Pero hay que pasar del “romántico adviento” al comprometido y generoso Adviento. Para esto nos dice san Pablo: “Recíbanse unos a otros como Cristo los recibió a ustedes, para gloria de Dios. Mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, les conceda vivir en perfecta armonía unos con otros, conforme al espíritu de Jesús”. (cfr. Segunda lectura).

Es tierno y entrañable el adviento, es tierno; pero también es serio y comprometedor que crea la espiritualidad del servicio encarnado, la espiritualidad de la solidaridad fraterna, la espiritualidad de la auténtica pobreza en el compartir solidario.

Seguimos recorriendo el camino del Adviento, camino de esperanza muy cierta; y la oración muy urgente: “Ojalá se rasgasen los cielos y apareciese el Salvador”. ¡Ven Jesús, ven!

Ahora, en este 2019, me propongo algo más: quiero dejar que el adviento me lleve por los caminos de la oración, quiero hacer oración y compartirla contigo: “Jesús, quiero amarte mucho; quiero desbordar de amor por ti ahí donde tú dijiste estar: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre”, “donde estás hambriento, sediento y necesitado”, “cuando transubstancias el pan y el vino en tu cuerpo y sangre, “donde hablas por tus enviados y sabemos escucharte”, “en tu palabra que es espíritu y vida”, “en la naturaleza que rodea de paisaje tu proyecto creador”, “ante el Padre donde intercedes por nosotros y nos preparas un lugar”, ahí te quiero encontrar para amarte más y más. Esta es la esperanza del Adviento.

Jesús, quiero amarte mucho porque es tu voluntad y porque en amarte radica todo el sentido de la vida humana. Quiero amarte mucho y llenarme de tu Espíritu, vivir bajo la mirada amorosa del Padre, participar de tus mismos sentimientos que te llevaron a entregar tu vida para salvarnos.

Sí, Jesús, quiero amarte mucho para ir dejando jirones de vida en cada paso que dé y con cada persona que me encuentro. Pero jirones no míos sino tuyos. Quiero decirte como tu precursor: “Conviene que él crezca y yo desaparezca”.

Este segundo domingo de adviento, tiempo de oración me permite entrar de lleno en tus sentimientos, mi Señor Jesús, adentrarme en tus anhelos, compartir inquietudes, vivir tus propuestas evangelizadoras, ser más como tú.

Un buen sacerdote, gran escritor y de profunda experiencia a zaga de la huella de san Juan de la Cruz, escribió:

“Ya de hoy no más me saciaré con nada,
Sólo Tú satisfaces con tu todo.
Un espejo seré de tu mirada,
esposados los dos, codo con codo.
Y, cuando pongas fin a mi jornada,
yo seré Tú viviendo de otro modo”.

(José Luis Martín Descalzo, Testamento del Pájaro solitario).

Jesús, pero qué pequeño en mi corazón; qué simple mi oración e incompletos mis propósitos. Quiero amarte mucho, pero me dejo llevar por mi egoísmo, prefiero hacer mi voluntad y cuestionar los acontecimientos que me hablan de ti. Qué débiles e inconstantes son mis propósitos. Pero, así y todo, quiero amarte mucho.

Jesús, te quiero amar mucho… Es fácil decírtelo en momentos de tranquilidad, cuando todo va bien, cuando tiene uno lo suficiente y, a veces, de más… Es fácil amarte por el interés que trae el gozo de tu presencia… Pero cuando está uno en la cruz de la enfermedad, la incomprensión, abrumado por la persecución o el cansancio del trabajo viendo tan pocos frutos, entonces, Jesús, en vez del amor sale el reclamo, el temor, la amargura.

Por eso, Jesús, quiero amarte sobre todo ahí, en esos momentos quiero que cuentes conmigo, que no te abandone, ni olvide que todo aprovecha para el bien de los que te aman. Y, en esta oración, Jesús experimento el misterio del dolor y de la cruz, el cansancio de la fidelidad y la perseverancia en la fe y en la entrega propia de mi vocación.

Esta es la fuerza de la oración, Jesús, que me permite valorar la cruz del sufrimiento, que me da fuerza en el cúmulo de mis debilidades, que me ayuda a perseverar en el interminable vacío de rutinas, costumbres y resistencias a tu Espíritu. Que ilumina sorprendentemente cada momento.

María, Señora y Madre de esperanza, Reina del Adviento. Vamos contigo en este camino hacia el Nacimiento de tu Hijito Jesús. Amén.

P. Sergio García Guerrero, msps

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