La Trinidad. Meditación ante un icono

Trinidad de la misericordia

Este Domingo celebramos a la Santísima Trinidad. La hermana dominica sor Caritas Müller de Cazis (Suiza), ha recibido la gracia de compartir, a través de sus esculturas en terracota, su experiencia de Dios. Estas obras de arte nos hablan de esa acción divina en su vida e intentan señalarnos el camino hacia una relación más profunda con Dios: la contemplación serena de su amor por cada uno de nosotros; un amor que se expresa como compasión, como misericordia.

Quisiera compartirles mis reflexiones ante la imagen-icono de la Trinidad de la misericordia.

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Miércoles VI de Pascua: San Pablo en el Areópago

P. Eduardo Suanzes, msps

El relato de los Hechos que hoy nos ofrece la liturgia invita a imaginar aquel momento de la vida de Pablo. Está en Atenas, durante su segundo viaje. Lucas narra ahora el episodio más importante de este segundo periplo: la evangelización de la que había sido la ciudad más famosa de la Grecia antigua. En la época de Pablo, Atenas ya no era la gloria del mundo antiguo, como lo había sido en los siglos V y IV a.C. Ahora era, desde hace casi 130 años una ciudad del Imperio romano a la que no se le habían respetado sus glorias[1]. La ciudad importante era Corinto (así como la más corrompida del Mediterráneo), llegando a tener mayor importancia política que Atenas. Estamos en el año 51.

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3 de mayo – La Santa Cruz

P. Eduardo Suanzes, msps

Quiero comenzar esta reflexión con las palabras que en la oración del Prefacio de hoy diremos: «Te damos gracias Padre […] porque has puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que de donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida».

Creo que debemos entender la palabra salvación como plenitud humana, como la realización plena como hijos de Dios, como la vida eterna de la que nos habla Jesús en el evangelio, (y que también identifica la misma oración del Prefacio, como no podía ser de otra manera); debemos entenderla como la felicidad que todos andamos buscando y que es el deseo más íntimos que anida en lo más profundo de nuestro corazón y que anhelamos, ya sea que estemos dormidos o despiertos, acostados o levantados, de camino o en casa, de una manera consciente o inconsciente. Pues bien ese anhelo está a nuestro alcance con Jesús y está, precisamente, en el árbol de la Cruz, que él abrazó desde el mismo instante de la encarnación, cuando el Verbo se hizo carne en Jesús de Nazaret. Esa salvación está en ese árbol de la Cruz en el que él está clavado.

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25 de marzo: La Anunciación del Señor

P. Eduardo Suanzes, msps

Hoy es un día especialísimo para nosotros, los de la Familia de la Cruz: hoy, el Verbo se hace carne. Y esto lo decimos con propiedad, y en presente, porque la Liturgia actualiza el misterio hoy y ahora. De tal manera, que en esta celebración estamos presentes, históricamente presentes, pero a la vez misteriosamente, delante de Gabriel y de María, en el secreto profundo y escondido de su casa de Nazaret.

Pero, además, por una simple razón que el mismo Jesús se encarga de explicarle a la Beata Concepción Cabrera: para Dios todo es presente y los Misterios de la Encarnación y Redención no forman parte del pasado, son actuales:

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San José

P. Eduardo Suanzes, msps

El secreto[1] para desvelar la verdadera grandeza de José está en que él fue el responsable de la humanidad de Jesús. En la sociedad de aquel tiempo la responsabilidad de formar al niño, a partir de los 12 años de edad, recaía en el padre. José, pues, enseñó a Jesús el camino de su plena humanidad. Según la costumbre, lo tomó por su cuenta y le enseñó a ser hombre. Que José cumplió perfectamente esa misión lo descubrimos porque Jesús fue capaz de llegar a donde llegó.

En aquella cultura la relación padre-hijo se establecía, sobre todo, por la capacidad de imitación del hijo. Era buen hijo el que salía al padre, el que imitaba en todo al padre. Ahora bien, si el padre de Jesús era José, tendría la obligación de tenerle como modelo. Al crecer, Jesús se iba dando cuenta de que su Padre era Dios.  Una vez tenido claro, su Padre Dios fue su referencia. Sus paisanos llegaron a decir: ¿no es este el hijo de José? ¿De dónde saca todo eso? ¿Cuál es su referencia?

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Sábado III de Cuaresma. El fariseo y el publicano. Espiritualidad desde abajo

P. Eduardo Suanzes, msps

Existe en todo el Evangelio una línea, un hilo conductor[1],  que prima, que alaba  el no-ser. No es otro en definitiva el significado más profundo de la cruz en que Jesús no tiene «parecer, ni hermosura que atraiga, ni belleza que agrade». En esta parábola desconcertante del fariseo y el publicano, del evangelio de hoy, quien queda justificado no es el justo, el ayunador y el limosnero, sino el que nada tiene y ni siquiera es. Es tan poco el publicano, que está escondido, agazapado, encorvado al fondo, sin atreverse a levantar los ojos.

¿Y qué haremos los que somos ricos en tantas cosas, los que estamos hinchados, los que nos creemos buenos? ¿Es que no nos queda ninguna esperanza? ¿Acaso nunca saldremos justificados? La primera esperanza es que vayamos cayendo en la cuenta de que lo que nos salva no es lo que tenemos, sino lo que no tenemos, no es lo que somos, sino lo que no somos. Esa es la paradoja continua del Evangelio

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Sábado II de Cuaresma: Un padre tiene dos hijos. El mundo único constituido por tres personas

P. Eduardo Suanzes, msps

En el Evangelio del día de hoy, ya desde el inicio se nos subraya la «realidad»: un padre tiene dos hijos. La lacónica frase presenta un mundo único constituido por tres personas. La palabra «padre» alude a origen, mientras que la de «hijo» refiere algo que ha fluido de ese origen. Es el estadio original unitario en el que los hijos son-en-el-padre y el padre es-en-los-hijos. Pero ese estadio originario va a entrar en tensión enseguida, y esa unicidad va a ser rota[1].

La tensión va a venir en la parábola por la existencia de dos formas divergentes de «mirar» esa realidad: la del padre, siempre unitaria y unificadora, y la de los hijos. Ninguno de los dos hijos de la parábola «entiende», o «ve» a su padre como quien realmente es: el origen que les constituye.

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