Miércoles VI de Pascua: San Pablo en el Areópago

P. Eduardo Suanzes, msps

El relato de los Hechos que hoy nos ofrece la liturgia invita a imaginar aquel momento de la vida de Pablo. Está en Atenas, durante su segundo viaje. Lucas narra ahora el episodio más importante de este segundo periplo: la evangelización de la que había sido la ciudad más famosa de la Grecia antigua. En la época de Pablo, Atenas ya no era la gloria del mundo antiguo, como lo había sido en los siglos V y IV a.C. Ahora era, desde hace casi 130 años una ciudad del Imperio romano a la que no se le habían respetado sus glorias[1]. La ciudad importante era Corinto (así como la más corrompida del Mediterráneo), llegando a tener mayor importancia política que Atenas. Estamos en el año 51.

Pablo es conducido al Areópago (= Colina de Ares, dios de la guerra) por filósofos que lo habían oído en una plaza de la ciudad, con el fin de que desarrollara ahí su discurso. Era un espacio abierto donde pronunciaban discursos con frecuencia los oradores y donde originalmente se reunía el consejo judicial supremo. Así que empezó a hablar. Consciente de la magnitud del momento, intentó introducirse progresivamente en su auditorio, tendiendo puentes, estableciendo un diálogo con la cultura griega y comenzó a hablarles en su lenguaje, partiendo del altar al dios desconocido que encontró en la ciudad. Mientras el Apóstol permaneciera en el terreno filosófico, sabía que la asamblea lo escucharía con atención. Él sabía que no podía proclamar el kerigma proclamado a Israel, debido al tipo de auditorio, así que permaneció en el terreno de la reflexión sabiendo que el Dios que él estaba por proclamar no era en realidad extraño a los atenienses.

En efecto[2]; comenzó hablando de Dios como «creador del mundo y de todo lo que hay en él, Señor del cielo y la tierra que no vive en templos construidos por la mano del hombre». ¡Y esto lo dice en Atenas, en presencia de los famosos templos griegos que le rodean! Pero es que ya el filósofo estoico Zenón de Elea[3] había dicho «que no deberían construirse templos de los dioses»[4]. Además, el mismo Eurípides[5] había escrito: « ¿Qué casa creada por constructores puede albergar entre sus paredes la forma divina?»[6]. Vamos, que Pablo está en su salsa y los griegos le están entendiendo perfectamente. Les está llevando a la idea de la unidad de todo el género humano y su cercanía a Dios.

Continúa hablando Pablo de la búsqueda de Dios por parte de la humanidad tal como Séneca, Cicerón, Filón de Alejandría, habían hecho. De hecho Filón escribió: «No hay nada mejor que buscar al verdadero Dios aun si el descubrimiento de él escapa a la capacidad humana, pues hasta la tarea de querer aprender produce unos gozos y unos placeres inenarrables»[7]

Ahora tiene que dar un paso más; tiene que hablarles de la cercanía insólita de Dios. Tiene que pasar del Monte Olimpo, lugar inaccesible al ser humano, residencia de los dioses griegos, al corazón del hombre. Y es cuando formula la expresión: «aunque realmente no está lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos y nos movemos y existimos». La atención de la audiencia está en su punto máximo. El mismo Séneca había escrito: Dios «está cerca de ti, contigo, junto a ti»[8]. Pablo les está llevando a la dependencia de todo ser humano de Dios y a una proximidad con él inimaginable. Ya no había olimpos que valieran; ya Dios no era un ser inalcanzable: él había querido ser más cercano a nuestro corazón que nosotros mismos. Debió pensar Pablo que «los tenía en el bote».

Pero hay que dar un paso más: la idolatría, el panteón del Olimpo. Si ya el lugar no es el Olimpo, sino el corazón del hombre, tiene que hacerles ver que los inquilinos  del panteón, la retahíla de dioses, no tiene razón de ser. ¿En dónde apoyarse para descartarlos de un plumazo? Pues para ello se fundamenta en unas ideas que ya circulaban desde hacía varios siglos en las mentes griegas. Muchos de sus oyentes recordaron haber oído cosas semejantes a lo que les estaba diciendo en su divino Platón y en los pensadores estoicos,  en concreto, las expresiones de Arato[9]  (somos «descendencia de Dios») y de Pitágoras[10]  («somos linaje divino»), les eran muy conocidas. Por tanto, ¿a qué esas imágenes de oro, de plata o de piedra? Así estaba construyendo una teología sólida partiendo de la misma experiencia del auditorio. Vamos, que había echado mano de la inculturación como pocos para llevar el mensaje.

Era hora de dar el salto mortal. Y es entonces, cuando pasó a la parte esencial de su discurso, cuando se deshizo el encanto. Ahora no había inculturación, nada podía servir de apoyo para el ladrillazo que les iba a soltar a los griegos. Al hablar de anástasis (= resurrección) todo se esfumó, todo se derrumbó como un castillo de naipes. Introduciendo la idea del arrepentimiento y de un juicio que haría un hombre al que Dios «ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos», una protesta se propagó entre todos, unos se burlaron y otros dijeron: «Sobre esto ya te oiremos en otra ocasión».

Hoy, en pleno siglo XXI, la humanidad ha avanzado en todos los campos. ¡Una maravilla! Sin embargo hay en nuestras calles miles de altares (no uno, como en Atenas) dedicados a nuevos dioses «desconocidos-conocidos«. Imágenes (algunas vivas, otras muertas) de «oro y plata» se pasean por nuestras ciudades y pueblos y se apoderan de corazones, almas y espíritus. Hoy el tema de la Resurrección de Jesús sigue siendo para mucha gente, un mito, una invención fantástica que no influye para nada en sus vidas. «—¿Resurrección? ¡Una broma! De esto te oiremos en otra ocasión». A veces, incluso a nosotros, los creyentes, la resurrección de Jesús no afecta en nuestras vidas y vivimos de espaldas a ella, siendo que es todo vano y sin sentido si Jesús no hubiera resucitado[11].

P. Eduardo Suanzes, msps

 

[1] En los años 87-86 a.C. fue conquistada por Sila, dando paso a la ocupación y control romanos. El pueblo de Atenas le suplicó que respetara sus glorias pasadas, pero Sila replicó que él había venido a castigar a los rebeldes, no a aprender historia antigua. El poeta romano Horacio (Epístolas 2, 2, 81) habla de «vacuas Atenas», vacía Atenas. ·

[2] Cfr. Joseph A. Fitzmyer. Los Hechos de los Apóstoles II. Comentario. Ed. Sígueme. Salamanca, 2003

[3] Filósofo griego s. V a.C.

[4] Lo cita Plutarco, Filósofo y sacerdote del oráculo de Delfos, en Moralia 1034B: «es enseñanza de Zenón que no deberían construirse templos de los dioses»

[5] Poeta trágico del s. V a.C.

[6] Lo cita Lactancio, escritor latino del s.III en Divinae Institutiones 6, 25

[7] Filón de Alejandría,  De specialibus legibus 1, 7 §36, contemporáneo, pues nació el 25 a.C.

[8] Seneca, Cartas a Lucilio 41,1

[9] Arato, Phaenomena 5. Escritor y poeta griego del s.III a.C.

[10] Filósofo y matemático griego del s. VI a.C,

[11] Cfr. 1Cor 15, 14

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