Navidad (1): «El único hombre que vio nacer a Dios»

P. Sergio García, msps

1.
Sí, soy el único hombre que vio nacer a Dios. Tengo, pues, mis privilegios no estilo Herodes, sino el propio de aquellos que dijo el Profeta Isaías que serían como “el resto de Israel”, pequeño, pobre, casi sin esperanzas.

Soy José de belén, salimos aquella mañana de Nazaret. La orden era extraña: “habrá que inscribirse en un nuevo censo”. En el fondo de esta absurda orden intuí algo de lo que habían dicho los profetas: “nacerá en Belén” porque de ahí era el gran antepasado David. Y este niño sería, tendría que ser su descendiente porque sólo así sería el Mesías.

Anoche llegamos, intuyo que pronto tenemos que partir. Mi linda María, tierna y delicada, pero fuerte y arriesgada, a todo decía que “sí”. Cuando lo dijo aquella vez, me lo comentó después, sucedieron cosas grandes. ¿Qué digo cosas grandes? Sucedió que todo el cielo se desbordó en ella en alas del Espíritu Santo, la embarazó, le calló en un silencio de adoración y sucedió la realidad más grande jamás sospechada: “El Verbo se hizo carne”.

2.
Yo a su lado soy feliz, nunca tan feliz como cerca de ella. Mis sueños eran geniales por ser el medio como el buen Dios me hacía conocer sus designios y lo metido que estaba yo, pobre carpintero de Nazaret, silencioso también.

Mi silencio era como el de ella como de adoración. Buscaba su mirada y descubría en ella como un volcán de fuego, como si todo Dios se hubiera metido en ella. ¡Y que va siendo cierto! El todo Dios pequeñito llenó su vientre para crecer. Estaba embarazada de Dios, que lo dejaban traslucir sus miradas, sus palabras, sus sonrisas, cada partecita de su lindo cuerpo.

3.
Es inquieta, mi linda María, y al mismo tiempo es contemplativa. Sólo necesita poner su mano en su barriguita y tocar a Dios y cantarle villancicos que fue ella la que los inventó. No todos, pero la mayoría. Fue muy natural su embarazo porque cuando le dije que teníamos que hacer largo, largo viaje me dijo: los dos estamos dispuestos. Pues nosotros dos también: la mulita del corral y el carpintero de los sueños. La mulita es de Belén, el burrito es de Jerusalén. Pero los dos son felices por llevarnos sin reclamar nada para sí.

4.
Anoche, antes de salir, soñé. En los sueños tampoco hablo, pero escucho muy bien. Soñé que caminábamos y alargábamos los días a paso de buena mulita, llevando a los dos o sea a mi niña y a su niño. Yo iba por delante abriendo camino hasta Belén. Cuando sales y llevas el sagrario a un lado todo te parece ligero. No hubo milagros, hubo caminos de todos tamaños y, en él ellos, el que dirá después “yo soy el camino”.

5.
No fue fácil llegar a Belén. Prefiero el camino que lleva a Belén. En Belén buscas un lugar no sólo para pasar la noche, sino para hacer pasar del vientre de mi María a sus brazos tiernos y fuertes, a la vez, al niño que sostiene el universo y juega con él.

El lugar era pobre y limpio, rodeado de silencio si es que el silencio puede rodear o más bien sale de lo profundo de un corazón habitado por Dios.

Acostumbro llegar, preparar todo, disponer el mejor lugar que mi amor necesita con gozo para que pueda tranquilamente parir. Y a mi rincón que es el lugar donde el evangelio, la historia y la realidad del momento lo requieren.

Me permito recordar mis sueños y resuena en ellos el mismo llanto y las primeras sonrisas de mi niño Jesús. Las miradas de mi linda María son inolvidables. Sus manos acarician mi rostro y me dice: Por fin, mi querido Esposo, el anuncio doble del ángel se ha cumplido: “Concebirás y darás a luz un Hijo a quien pondrás el nombre de Jesús”. Hace nueve meses me lo dijo y ahí el Espíritu Santo lo puso en mi vientre, ahora doy a luz al que es la luz de todo hombre que viene a este mundo. Y adelanto una convicción: “Conviene que él crezca y yo desaparezca”.

Eso me dijo mi María. Soy José, para que no lo olviden y soy el único hombre que vio nacer a Dios. Y quiero verlo nacer en todos ustedes por la fe.

P. Sergio García, msps

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