
Jesús, este santo tiempo de adviento llega hoy a su final al mismo tiempo que empieza tu vida extrauterina. Has vivido nueve meses en una vida intrauterina donde Ella, sorprendida como la llena de gracia te alimentó, te cuidó, te ayudó a crecer. Es el momento en que empiezas una vida nueva: de su seno virginal pasarás, en esta noche, a sus brazos amorosos también, te envolverá en pañales, te pondrá en un pesebre, dirá a todos en su silencio misterioso que estás ahí para ser de todos, para que todos te podamos recibir, hacer crecer.
Y pienso, mi Jesús, y traigo a mi oración de este veinticuatro de diciembre a los miles y miles de hermanitos y hermanitas nuestros no nacidos, destruidos alevosamente en el vientre de sus madres, objetos producto de ventas e indefensa incipiente vida. Ellos son santos y santas pequeñitos que claman una justicia convertida en conversión para todos los legisladores, médicos, traficantes que actual y alevosamente usurpan el lugar de tu Padre para decir el momento y el cómo de su nacer y de su morir.
Pero hoy, Jesús, es tu vida, es tu vida en nuestra vida. Si contemplara mi planeta tierra desde la altura adecuada me daría cuenta de todo lo que en todo el mundo se desata de entusiasmo, alegría, asombro en relación con tu Navidad. Porque tú no cumples años hoy, celebramos y vivimos tu nacimiento. Y me detengo en tus dos nombres que definen tu ser y tu quehacer y que fueron anunciados por los profetas.
Jesús, eres “Dios con nosotros”, eres Emmanuel que eso significa: ¡Dios con nosotros! Esa es una verdad siempre porque así eres tú, Jesús. Eres “Dios con nosotros” en la oración, en la eucaristía, en el servicio humilde, en la solidaridad afectiva y efectiva, en la armonía familiar, en la integración de nuestra Iglesia, experta en humanidad y caminando a la santidad.
Eso eres Jesús: “Dios con nosotros”, más dentro de mí que yo mismo; eres, mi Señor Jesús, el Dios de la creación que todo lo haces posible y que todo lo sostienes por el amor. Y, en esta Navidad, te contemplo “pequeñito Dios con nosotros”: así te podemos recibir, cuidar, amar.
Y tu otro nombre es Jesús, que significa Dios salva. Este tu nombre nos recuerda el misterio asombroso de la encarnación. Has entrado de lleno en nuestra historia para hacerla nueva y plena. ¿Qué sería nuestro mundo sin tu presencia? Simplemente no sería, nada existiría. Tú eres, pequeñito Jesús, creador y redentor, salvador y vivificador. Naces para hacernos nacer contigo a un proyecto amoroso de salvación de tu querido Padre Dios.
Hoy, mi querido y pequeño Jesús, hoy celebramos tu nacimiento. Y al hacerlo contemplamos a tus padres que te recibieron con tanto amor como fortaleza y ternura. José y María son sus nombres, ellos te cuidarán como nadie, ellos te llevarán cada día a vivir dando vida, te enseñarán a amar amándote apasionadamente, ellos te enseñarán y te verán crecer “en conocimiento, estatura, amor”. Son lo mejor que esta humanidad tiene para recibirte.
Mucho tiempo y muchas veces te cantamos: “¡Ven, Señor Jesús!” Y no podemos pedirte que vengas y luego distraernos con regalos, lucecitas, arbolitos, compras, viajes, comidas, etc. ¡Ay Jesús si pudiera hacer un silencio especial! Sí, un silencio de admiración y contemplación, un silencio de adoración para perderme en esa tu primera mirada, acercarme mucho a ti escuchar cómo es el latido del corazón de Dios y cómo respira el que viene a darnos un aliento siempre nuevo.
En esta oración, mi pequeño Jesús “Dios con nosotros” quiero poner la página más hermosa jamás escrita que contiene todos los anhelos de la humanidad y todas las esperanzas de la creación entera:
“Por entonces se promulgó un decreto del emperador Augusto que ordenaba a todo el mundo inscribirse en un censo. Éste fue el primer censo, realizado siendo Quirino gobernador de Siria. Acudían todos a inscribirse, cada uno en su ciudad. José subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a la Ciudad de David en Judea, llamada Belén, pues pertenecía a la Casa y familia de David, a inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Estando ellos allí, le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la posada. Había unos pastores en la zona que cuidaban por turnos los rebaños a la intemperie. Un ángel del Señor se les presentó. La gloria del Señor los cercó de resplandor y ellos sintieron un gran temor. El ángel les dijo: No teman. Miren, les doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy les ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Al ángel, en ese momento, se le juntó otra gran cantidad de ángeles, que alababan a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres amados por él!
Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían: Crucemos hacia Belén, a ver lo que ha sucedido y nos ha comunicado el Señor. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho del niño. Y todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores. Pero María conservaba y meditaba todo en su corazón.
Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto; tal como se lo habían anunciado” (Lc 2, 1-19).
Y mi oración, Jesús, transcurre entre la admiración y la gratitud; la alegría y el entusiasmo; la sorpresa y la disponibilidad de nacer contigo a una vida nueva: ¡Bienvenido, mi pequeñito Dios con nosotros!
P. Sergio García, msps