
La resurrección de Jesús es el camino para entender, amar y vivir la Navidad. Jesús resucitó porque murió, murió porque vivió, vivió porque un día como hoy ¡nació! Si no hubiera resucitado todo lo anterior se caería en el vacío. Porque resucitó podemos celebrar su nacimiento.
Los relatos de la Navidad son tan históricos de una realidad tan grande y hermosa que usan la manera de hablar simbólica. El símbolo une, el diábolo desune. La Navidad está contada, no como crónica fría y periodística, sino que está escrita como enseñanza simbólica que llega al corazón. Y al corazón de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los lugares.
Ese es el genio del Espíritu que inspiró a los evangelistas para contarnos como se puede creer, amar y vivir la Navidad. Tengo más de setenta años y siempre vivo lo mismo, pero de distinta manera, nunca llego a agotar toda su belleza y toda su verdad. Para esto hay que ser como los niños, o mejor, hay que hacerse niño.
Haríamos un débil favor a los evangelios de la infancia si quisiéramos tomarlos “a la letra”. La manera de leerlos es partir de ellos para mirar a dónde señalan, llenarse de los sentimientos que provocan, admirarse de las verdades que entregan, amar las pasiones que se desatan.
La Navidad es contemplada por los historiadores que pondrán sus objeciones; es reflexionada por los teólogos y elaborarán teorías profundas para explicar lo inexplicable: una virgen madre, un niño divino, unos magos de oriente, unos ingenuos pastores, unos ángeles entusiastas, unos cansados peregrinos con el dueño del mundo encima. Y terminarán diciendo: ¡creo, creemos!
Pero hay, para la Navidad, un mejor acercamiento: los místicos y poetas, los que saben expresar lo inexplicable, los que recurren a las imágenes más simples con la naturalidad con la que dicen los enamorados: “tus ojos son como lucientes estrellas”, tu boca de grana sabor de miel”, “tu cuerpo destila torrentes de agua viva”. Y acaban por decir: ¡amo, amamos!
Ninguna mirada es mejor que otra, ninguna reflexión se opone: así de rico es el misterio del “Dios con nosotros” que viene a ser “Dios que salva”. ¡Ah, la Navidad! He aquí algunas expresiones poéticas que quisiera adentrarnos en el misterio sin complicaciones, como los niños ante la mirada atónita de sus padres:
Se nos cansó la voz de gritar: ¡Ven, Señor Jesús! pero no el corazón que lo anhela más y más. Lo hacemos con María, José, los ángeles y pastores, los magos y la creación entera.
No sabemos, como Iglesia, qué más hacer para celebrar dignamente estos santos misterios del nacimiento de Jesús: Lo más y mejor que tenemos es la Eucaristía. Pues para celebrar la Navidad nos propone la misa de vísperas, la misa de media noche, la misa de aurora, la misa del día de Navidad. Todas las lecturas posibles, todas las oraciones confiadas y repletas de gratitud, todos los sencillos cantos, llamados villancicos que nos permiten entrar en la vida sencilla y pobre del Dios que ha nacido para darnos vida.
Es verdad, hay también mucha superficialidad, muchas distracciones, demasiadas desviaciones. No nos roben la navidad, no rellenen de pasteles y pavos el vacío que hacen de Jesús. La Navidad se presta para un desbordar de entusiasmo, alegría, baile y canto. Pero también habrá espacio para el silencio, el estupor, la admiración agradecida y el compromiso renovado. Vivimos una misteriosa pandemia que seguramente dará otro modo de celebrarla.
Jesús, es la Palabra de Dios hecha carne y en cuando la Palabra se hace carne y nace de María en ese mismo momento se hace silencio.
¿Cómo podemos guardar silencio de adoración y levantar al mismo tiempo el grito de la buena nueva en Dios que ha nacido? ¿Cómo podemos al mismo tiempo tocar el cielo y la tierra? ¿Cómo viviremos y estaremos con un pie en el tiempo y el otro en la eternidad? ¿Cómo ser creadores y creaturas? ¿Cómo entrelazar al hombre con el Dios que viene a nosotros? La respuesta es la Navidad, el compromiso es desde la Navidad.
Esa tensión, desgarra y da vida; este misterio, alumbra y nos invita a la noche que, por fin, será más clara que el día; ese misterio nos hunde en lo más bonito de Dios y lo más tierno de su misericordia. Si con la Navidad no nos animamos a ser y vivir como hermanos, no sé qué más tendría que hacer el buen Dios para lograrlo.
Ahí están María y José como garantía de que se puede vivir bien la navidad, ahí están los pastores y los magos como testimonio de saber buscar a Dios y encontrarlo, ahí están los ancianos Simón y Ana como testigos de que siempre puede uno ser como niño.
Empezamos haciendo una Navidad diferente y para que lo sea queremos convertir la NAVIDAD EN NAVI«DAR…» Así dice el Evangelio: “De tal manera amó Dios al mundo QUE LE DIO a su único Hijo para que todo el que crea en él, tenga vida eterna”. DAR, DAR, DAR… LA CREACIÓN ES “DIOS QUE SE DA” y la NAVIDAD ES DIOS DÁNDOSE… Recuerda: “Nadie es tan rico que no tenga algo qué recibir, nadie es tan pobre que no tenga algo que dar”: ¡QUEREMOS DAR! Y al dar, ¡QUEREMOS DARNOS! ¡Como María, como José! Queremos dar:
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- Mujeres y hombres de buena voluntad afectiva y efectiva,
- Jóvenes sinceros y abiertos a la vida del evangelio,
- Niñas y niños sanos y moldeables al evangelio no al celular,
- Comunidades unidas que sepan solucionar sus constantes problemas,
- Queremos dar sacerdotes serviciales y acogedores,
- Queremos dar familias abiertas y generosas, queremos dar siempre un nuevo
PUENTE DE AMOR.
Nacer de nuevo,
Amar de verdad,
Vivir en paz,
Ilusionar con el evangelio,
Dispuestos a orar,
Alegrar en el servicio,
RESTAURAR LA JUSTICIA Y EL AMOR…
P. Sergio García, msps