Pedro el pescador

Pedro García del Valle

Se cuanta que en un pequeño pueblo de pescadores vivía una familia sencilla cuyo padre era un hombre humilde que daba gracias a Dios por lo poco que tenía y que, además, acostumbraba a dar largos paseos por la playa en estado de oración. Se llamaba Pedro.

 

Un día, mientras caminaba, se dio cuenta de que a la huella de su paso le acompañaba otra y, maravillado, andaba mirando esos pasos que le acompañaban y jugaba a correr y parar y seguir… Se paró y elevó los ojos al cielo porque en aquel momento su corazón le dijo que era Jesús quien así le acompañaba. El pescador se arrodilló y llorando de emoción agradeció a Dios aquel regalo milagroso. Al llegar a casa, lleno de entusiasmo y alegría contó a su familia lo sucedido y durante unos meses aquel «juego» amoroso llenaba su vida de gozo, cada día.

Después de un tiempo se sintió mal y no pudo ir a la playa. Pasó despierto toda la noche esperando que llegase la mañana siguiente para ir a la playa, pero no pudo hacerlo. Cayó enfermo y en tal estado que no podía moverse de la cama. Con el tiempo y los atentos cuidados de su mujer, fue mejorando pudiendo al fin levantarse y aún muy débil, lentamente, se acercó a la playa y comenzó a andar esperando ver aquella huella milagrosa que llenaba su vida y su alma. La huella de Jesús.

Pero no se produjo lo que esperaba, andaba y andaba hundiendo los pies en la arena con toda su fuerza, gritando a cada paso viendo que ya no había huella y así presa de una profunda tristeza, abatido, llorando, regresó a su casa. De nada sirvieron los cuidados y el consuelo de su familia. Cayó en una crisis de dolor, de desesperación que fue derivando en mutismo y tristeza hasta tal punto que su mujer sintió temor de que su amado marido muriese de pena.

Un día, al amanecer, el pescador caminó hacia la playa con aire de firmeza, la misma firmeza que le hacía comprobar lo que ya sabía: que su paso no era acompañado por la huella de Jesús. Miró al cielo y gritó con fuerza:

«—Jesús ¿por qué me has abandonado? ¿Qué pecado, qué falta, qué descuido he tenido para ser merecedor de la enfermedad e indigno de tu compañía? ¿Por qué no está tu huella junto a la mía? ¡Dímelo!»

En ese momento el sol perdió su brillo y el día se oscureció. Se hizo un silencio tal que ni el murmullo del mar se podía oír y fue entonces cuando la figura de Jesús se materializó delante de nuestro pescador. Sus ropas eran blancas como la nieve y todo él resplandecía.

«—Mi amado Pedro. He de decirte que las huellas que ahora ves en la arena no son tuyas, sino mías, pues el tiempo en el que has estado enfermo yo te he llevado en mis brazos».

Dicen que así termina esta historia pero yo sé que Jesús dijo al pescador que en adelante vería sus huellas, no a su lado, sino delante para que Pedro viese su camino. Le dijo que ajustara su pie cuidadosamente para andar siempre sobre su paso en el camino que es estrecho, que lleva a una puerta angosta…

Pedro Manuel García del Valle

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