“RADIO CONCHITA” PRESENTA SU PROGRAMA FAVORITO: DIALOGOS
S = Sergio; MM= María Magdalena
S. Muy buenas noches a todos cuantos buscan conocer mejor el evangelio. Me ha sido muy difícil encontrar a alguien disponible para compartir experiencias de Jesús. Me imagino que andan todos muy ocupados para celebrar la fiesta de estos días: la Asunción de María.
Unos preparando las despedidas de alguien muy querida, amada como ninguna, porque intuye que le llegó el momento de ir donde su Hijo que ya le tiene preparado un lugar de privilegio que es a su derecha. Lugar que no pudo reservar para Santiago y Juan.
Otros preparándose para el traslado que conocen muy bien el camino porque lo suyo es subir y bajar con una disponibilidad angelical.
Otros forman el comité de recepción a la cabeza de Jesús que ya extraña a la mujer que, habiendo dicho que “sí” hizo posible que él bajara con un encargo muy concreto y que cumplió cabalmente.
María misma dispuesta siempre al servicio, se siente ahora en profunda oración porque le duele dejar a unos, pero se alegra de encontrar a otros. Ya supone un nombre nuevo sobre los muchos que, por su lugar en el misterio de la redención, ahora le llega de ASUNCIÓN.
Como último recurso pensé en María Magdalena cuya fiesta hace algunos días celebramos y le gusta compartir buenas noticias. No se le olvida que es la primera evangelizadora de evangelizadores.
María Magdalena, buenas noches, gracias por aceptar mi invitación y gracias por adelantado por todo lo que nos vas a compartir.
MM. Gracias, Sergio; gracias Radio Conchita por la deferencia con que me tratan aquí olvidando de una vez por todas que mi Rabbuní me había expulsado siete demonios; no uno, siete. A lo mejor es sólo simbólico. Pero estoy a tus órdenes.
S. María, lógicamente la conversación va a estar centrada a la hermosa celebración que en la Iglesia celebraremos estos días. Cuéntanos, ¿cómo y cuándo conociste a la madre de tu Rabbuní?
MM. Primero conocí al Maestro y pensé: “Si así es el hijo ¿cómo será la madre? Estaba yo muy cerca de aquella mujer que le gritó con entusiasmo: “Feliz el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron”. Eso me motivó mucho a conocerla. En otra ocasión iba con sus familiares como queriendo recogerlo y llevarlo a casa porque les parecía muy extraño que de buenas a primeras empezara a predicar la llegada del Reino de Dios. Sentí que a él le dolió tener que quedarse y dedicarse a predicar la llegada del Reino y por lo mismo una conversión única.
S. Me da la impresión que tu Rabbuní se sentía como con fuerzas contrarias, pero le apasionaba predicar pues ya había permanecido mucho tiempo en casa.
MM. Exactamente había como un espíritu nuevo que lo impulsaba a seguir adelante. Nunca antes nadie había tenido tan profunda mirada, tan ardiente convicción, tan estrecha relación entre el hablar y actuar. No la conocía, muchos me hablaban de ella.
S, Cada escena del evangelio, sobre todo san Lucas podría pintarnos la hermosa figura de su madre llena de ternura. Le gustaba acariciar a los niños, era mujer de silencio y de mirada honda según he podido captar en comentarios y cuchicheos.
MM. Hay otro momento interesante. Susana y Juana organizaron la manera de acompañar a Jesús en sus travesías evangelizadoras. Ella venía con nosotras y nosotras con ellos y él predicando, descansando, liberando. Ahí como que adiviné un ictus de temor, era mucha confrontación como poder salir bien librado.
Me contó que un día, pequeño Jesús apenas en ofrenda, el Anciano Simeón le pronosticó una espada de dolor al constatar que su Hijo sería signo de contradicción. Oraban juntos, invitaban a todos a reunirse en torno de ellos.
Escuchara lo que escuchara, se enfrentara con lo que fuera nunca perdía su belleza natural, como recién salida de una creación nueva. El tono de su voz era claro y dulce como melodías de mil conciertos; sus brazos fuertes de campesina que armonizaba con la frescura de su mirada. Qué bonita era y cada día era más bonita. El crepitar de la leña en torno al fuego al comentar los avances del Evangelio. Ella seguía conservando todas estas cosas en su corazón. Como que estaba muy acostumbrada a ello. Siempre muy para dentro, se miraban y cómo se entendían. En el servicio era la primera, en el cansancio era la última. No acaparaba a su Hijo, simplemente lo repartía como si fuera la primera comunión.
S. ¿Puedo interrumpir, María?
MM. Pues claro aquí tú eres el que mandas.
S. No, solamente te preguntaría sobre el contenido de su predicación, ¿era siempre el mismo?
MM. Sí, hablaba del amor, del Padre, de una necesaria conversión. Pero siempre tenía la novedad de su corazón. La miraba, se miraban, ya lo he dicho. Yo me sentía con la fuerza que da un amor nuevo. A veces, a manera de oración, alguna parábola, algunas acciones liberadoras como las que yo experimenté. Avanzaba en el Evangelio.
El hermano Lucas después andaba indagando el contenido, la forma y el fondo de su evangelio. Era duro pero cercano, era insaciable, pero daba la impresión de una adecuada identidad consigo mismo.
¿Y en María? La aprobación, el acuerdo, la sintonía consigo misma, como diciendo, ya lo platicamos cuando niño. No era un niño raro, sino un niño de verdad. En sus palabras adivinaba algunas de mis palabras, en sus ejemplos me recordaba a Nazaret. No puedo olvidar a mi esposo José que era claridad, fortaleza, seguridad y que seguía en casa: soñando y trabajando, trasunto del Padre y sombra del Espíritu Santo.
S. Pero volvamos a María, madre de Jesús. Y creo que por razones de tiempo me gustaría dos momentos más: María al pie de la Cruz y María orando por la venida del Espíritu Santo.
MM. Casi no pides nada: dos momentos sublimes en los que el Sí de la Encarnación adquieren aquí su verdadera fuerza. Ella, la madre hermosa de mi Rabbuní estaba ahí porque no había otra que pudiera ocupar ese lugar, le pertenecía por derecho de maternidad. Jesús la necesitaba ahí, viendo su hermosura maternal la va a encomendar a Juan, el discípulo a quien Jesús amaba y yo, liberada de toda influencia maligna.
¡Qué dignidad de mujer! ¡Qué grandeza de maternidad! ¡Qué pasión en el amor que hacía, mejor que nadie, la presencia del Padre, llamado por Jesús para implorar perdón, para hacer oír su reclamo ante el abandono, suprema grandeza de una nueva creación! ¡Ver y qué abismo de dolor: la madre entregando al Hijo para una nueva creación!
Y siempre la hermosura de su rostro, siempre la fuerza que sólo una madre como ella entendió que el ¡Sí! de la Encarnación se extendía hasta el ¡Sí! de estar al pie de la Cruz. Era cosa de su Hijo, era aceptación de mujer nueva a punto de recibirnos a todos como hijos en el Hijo.
S. Así llegará un sí glorioso al presentarse con los apóstoles de su Hijo para esperar la venida del Espíritu Santo. Ella sabía de esto como nadie. Cuéntanos María Magdalena, cuéntanos esos momentos de fe y fidelidad a la espera del Espíritu Santo.
MM. Sí, ya quiero terminar porque soy del comité de recepción: nos alegraremos de vernos en el paraíso. Ella, en línea de venida, nosotros en grupo de espera. La hermosura de su rostros, sencillo y humano, llegará a iluminar más el cielo. Jesús quería lucirla pues se trataba de su madre y ella dejándose amar y glorificar porque su propuesta de ser llamada bienaventurada por todas las generaciones llegaba a su plenitud. La belleza de rostro rudo y campesino la hacía sentirse representante de toda la humanidad, necesitada de ella como nunca. Me voy.
S. María de Magdala gracias por ayudarnos a ver esa fuerza de mujer siempre humana que daría a toda la creación su auténtica y verdadera plenitud.
Ella lleva algo de nosotros a la eternidad. Ella no deja de ser nuestra, lo mejor de toda la humanidad, nosotros humanos creados a imagen y semejanza de Dios.
Radio Conchita, llega al cierre de su emisión de hoy esperando verla subir al cielo ante la admiración de los ángeles encargados de llevarla y de los apóstoles, encargados de seguir llevando este evangelio.
Nosotros nos encontraremos aquí la próxima semana y damos paso al concierto preparado por Santa Cecilia que sabe un buen en esto de la música.
María Asunta al cielo, llévanos contigo.
Beata Concepción Cabrera, ruega por nosotros.
Son las dos madres de nuestra vocación. Amén.
¡Buenas noches!
P. Sergio García, msps