«Mi divino Niño Jesús,
Si amores me han de matar,
Agora tienen lugar».
Así dice la historia que bailaba tu santo Fray Juan de la Cruz una noche de Navidad delante de todos sus hermanos. Y así quisiera hacerlo en este sábado de oración en el que recordamos su testimonio de amor. Y nos ayuda mucho, Jesús, celebrar tu obra en él tan honda y tan profunda que también nosotros podemos decir hablando de ese encuentro contigo, Jesús: «entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo».
No puede ser de otra manera, mi Jesús, porque eres el inabarcable y delicadamente íntimo; vienes a salvarnos y te hacen uno como nosotros: no uno con nosotros solamente, sino uno como nosotros. Más aún, Jesús, eres el único realizado en plenitud en todos los aspectos y nosotros intentamos ser como tú, en eso nos va la vida. ¡Cómo me gustaría poder decir como san Pablo: «ya no vivo yo, es Cristo el que vive en mí»!
Jesús, te decimos ven en este santo tiempo de adviento porque nos hacemos eco de toda la creación que sufre dolores como de parto hasta tu plena manifestación; te decimos ven porque te tenemos, te saboreamos, te gustamos y adoramos; te decimos ven porque así definiste tu presencia con nosotros: «Salí del Padre y vine al mundo»; te decimos ven porque crece en nosotros la capacidad de ti, porque tú mismo lo prometiste y porque en tu vida tiene sentido nuestra vida.
Sabemos que tiene sus costes, hay consecuencias para tu venida y eso nos entusiasma, nos apasiona y compromete con la creación entera para una auténtica conversión ecológica y nos solidariza con los hermanos más pobres y necesitados que esperan de nosotros vivir adviento – navidad en clave de fraternidad.
¿Y tu Palabra de este día? Nos habla del gran profeta Elías como profeta de fuego, profeta de la fidelidad a Dios, profeta de la opción por el Dios de la alianza y será, después en el monte Horeb, una experiencia nueva como de “suave brisa, como de soledad sonora, como intimidad profunda”, que hará decir al mismo san Juan de la Cruz:
“Mi Amado las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,
la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora”.
Elías, arrebatado en un carro de fuego, volverá en los días del Mesías y tú, mi Jesús, lo aplicaste a tu santo precursor Juan Bautista.
Jesús, cuánta armonía hay en toda oración; qué oportunidad nos concedes de entrar en comunión con nosotros mismos donde estás llenándolo todo de vida nueva, de espíritu de fortaleza, de palabras de fuego evangelizador.
Orar y seguir orando, orar para vivir sirviendo, orar para conectar con la voluntad de tu querido Padre viviendo en un solo Espíritu de verdad y de amor.
Orar y seguir amando: amor que nos lleva al conocimiento “del verdadero Dios por quien se vive” que ahora contemplaremos en un pequeño recién nacido en brazos de su madre y envuelto en pañales.
La Palabra se hizo carne y al hacerse carne se hizo silencio. Eso nos permite una oración de contemplación, admiración, gratitud y crecimiento espiritual. Gracias mi querido Señor Jesús. Amén.
P. Sergio García, msps