Una viña tenía mi Amigo. Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

P. Eduardo Suanzes,msps

Isaías en el Tempo, hacia el año 735 a.C. se pone a cantar una canción un poquito larga, pero cautivadora. La letra decía así:

«Una viña tenía mi amigo. La tenía en un fértil otero, una colina alta desde donde se divisa todo el valle. Es la mejor tierra para sembrar la vid, porque el agua de la lluvia no queda estancada en el subsuelo sino que se desliza ocultamente hacia la llanura, dejando la tierra húmeda y dispuesta. Con todo cuidado y cariño la cavó, la despedregó y cuando ya estaba lista plantó una cepa exquisita, el tronco de una vid sinigual de la que brotarían los sarmientos. Después, para cuidarla mejor, edificó, en medio de ella, una gran torre para la vigilancia contra los ladrones y las alimañas; y, además, excavó un lagar para pisar allí la uva y obtener así el mosto. No le faltaba de nada. Todo el cariño y amor puso en su viña.

Ansioso, esperó a que diese uvas. Pero dio frutos amargos

Una viña tenía mi Amigo en un fertil otero

Mi amigo quedó decepcionado. ¡Todo el amor que había puesto! ¡Todo el cuidado que había tenido! ¿Por qué, si la tierra era la mejor? ¿Por qué, si la cepa era la más exquisita que existía? ¿Por qué dio agraces? ¿Por qué, si estuvo vigilando en la torre día y noche?  ¿Acaso no había hecho todo por ella?

Esa viña eres tú, —continúa la canción— es tu comunidad, tu familia, nuestra ciudad, nuestra iglesia, nuestro México…

—¡Isaías está cantando sobre México! ¡Es increíble!—

Un México que su Amigo ha cuidado con todo primor y ternura esperando honestidad y justicia. Un México del que esperaba transparencia, olvido propio y desinterés personal para la entrega a los demás. Y después de cuidarlo, de  despedregarlo y de prepararlo, lo que encuentra son frutos amargos y ácidos. ¡Cuánto cuidó a México, por ejemplo, cuando el gobierno de Calles, a finales de los años ‘20! ¡Cuántos murieron derramando su sangre que como agua preciosa regó la viña mexicana para que diera frutos abundantes! ¡Cuántos santos le ha dado! Sin embargo, allí donde debería haber honradez mi amigo encuentra alaridos; donde debía encontrar justicia, encuentra asesinatos. Donde debía haber honestidad encuentra mordidas y donde debería encontrar imparcialidad, el amiguismo. Los jóvenes frustrados y necesitados de ideales impulsores se ven arrastrados hacia la delincuencia y son reclutados para los cárteles de la droga de los que jamás saldrán vivos. Y la corrupción campa a sus anchas en el mundo económico con la mayor impunidad, formando parte connatural de la cultura política del país. El desprecio por la legalidad se ha establecido y la inmoralidad más impúdica nos da constantemente bofetadas cuando leemos la prensa un día sí y el otro también».

¡Vaya con la cancioncita de Isaías!

Sin embargo mi Amigo no cejó en su empeño por su viña. La ama tanto, que envió a su propio Hijo pues está ilusionado por recoger los frutos.

Y este Hijo Amado, Jesús, un buen día del año 29 de nuestra era se pone a cantar otra vez la canción de la viña en el Templo. La audiencia dice que ya conoce la canción, que es un plagio de la de Isaías. Pero, de pronto, la canción da un giro inesperado. Resulta que en esta nueva canción la viña sí que da fruto. Y el problema no radica en la viña, sino en los viñadores que se niegan a entregar los frutos a su legítimo propietario. Envía mi Amigo criados una y otra vez pero los apalean y matan. Al final envía a su Hijo. Este se enfrenta a todos; a todos los grandes de todos los tiempos. Son aquellos que se apropian de la viña. Y cuando digo todos, quiero decir todos: del mundo social, económico, judicial,  político y religioso. Se la apropian para sus propios intereses sean los que sean. Esta canción también suena en México.

De las dos canciones, la de Isaías y la de Jesús podemos extraer, a sí mismo, dos conclusiones[1]:

1. La canción de la viña de Isaías insiste en una idea que a muchos cristianos todavía les resulta extraña: el amor de Dios se paga con amor al prójimo. Dios ha hecho mucho por México, pero lo que pide de los mexicanos no es actos de culto sino la práctica de la justicia y el derecho. Jesús dirá que el segundo mandamiento (amar al prójimo) es tan importante como el primero (amar a Dios). Y la 1ª carta de Juan afirma: «Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amar… a nuestros hermanos».

2. Por la canción de Jesús, a diferencia de Isaías, sabemos que México no es una viña mala e improductiva. Al contrario, da frutos a su tiempo. El mal radica en las autoridades de cualquier tipo, civiles y religiosas, dice Jesús, que consideran la viña propiedad privada y no reconocen a su auténtico propietario. Por eso Mateo termina con un comentario que hoy no hemos oído pero que se encuentra al final de la canción de Jesús: «Al oír sus parábolas, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iban por ellos». —¡Ay, qué daño!—¿No? «Qué difícil es denunciar. La verdad no peca, pero incomoda, dice el dicho. La verdad sin amor es crueldad, el amor sin verdad es irreverente. Jesús dice la verdad con amor, aunque en ello le vaya la vida, y ya intuye que será de la manera más cruel»[2].

P. Eduardo Suanzes, msps

 

[1] Cfr. José Luís Sicre. De canción de amor a canción de muerte. En www.feadulta.com

[2] Sergio García, msps. 27 domingo del tiempo ordinario. 08 de octubre 2017.

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