El evangelio de este domingo no lo podemos separar de los destinatarios que son los discípulos. Lo cual supone un segundo momento en la experiencia de relación con Jesús. Recordamos que el primer momento se dio en el encuentro amoroso que nos llevó a una opción cordial y definitiva por su persona y su mensaje y que llamamos kerigma y tiene su fundamento en el texto de Hech 2, 38.
Cuando se ha tenido la experiencia de encuentro vivo con Jesús y se ha tomado la decisión de aceptarlo incondicionalmente pueden suceder cosas asombrosas. Se forma la comunidad, no de ángeles y arcángeles sino de gente sencilla, humilde, débil y convencida de que emprende un camino para una auténtica realización del proyecto de Dios.
La comunidad es el espacio donde Cristo es el Centro, pero las historias siguen, los propósitos empiezan a abrirse paso por el diario vivir y las caídas son frecuentes. El que cae tiene la oportunidad de encontrarse con alguien que le echa la mano, que lo confronta con amor, que lo invita a la reconciliación con Dios y con la comunidad. No se trata de hacer juicios de condena sobre el hermano que ha pecado, sino iluminar con una palabra de aliento la posibilidad de levantarse.
Así dice el evangelio de hoy, Mateo 18, 15-20: «Si tu hermano te ofende, ve y corrígelo, tú y él a solas. Si te escucha has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de uno o dos, para que el asunto se resuelva por dos o tres testigos. Si no les hace caso, informa a la comunidad. Y si no hace caso a la comunidad considéralo un pagano o un recaudador de impuestos. Les aseguro que lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Les digo también que, si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, mi Padre del cielo se la concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy allí, en medio de ellos».
Me gusta más esta traducción que la del misal dominical: En el misal dominical dice: “si tu hermano comete un pecado…”; en esta traducción que tiene mucha credibilidad dice: “Si tu hermano te ofende…” Tiene sus diferencias: en el primer caso es “si tu hermano comete un pecado”. Esto es muy delicado para juzgar, aunque tiene la ventaja del interés fraterno. En el segundo caso eres tú el ofendido el que puede tomar la iniciativa y esto es propio del amor. Es lo que hace Dios con nosotros. Cuando lo ofendemos toma la iniciativa para acercarse a nosotros e iluminarnos, hacernos experimentar su cercanía y su disponibilidad para el perdón. “Ganar al hermano” de nuevo es uno de las grandes experiencias características del Reinado de Dios.
La comunidad de Jesucristo no es espacio donde no hay problemas, sino donde se encuentra el mismo Jesús para perdonar, alentar y seguir adelante. Y, de paso, solucionar problemas.
Imagínate una comunidad formada por Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz, Teresa de Calcuta, Marcelino Champagnant, Sor Isabel de Hungría, el Padre Pío y Juan Pablo II. ¿Tendrían algunos problemas, dificultades, caídas, silencios respetuosos, palabras inoportunas, ausencias por cansancio, etc.? Pues claro que sí. Aquí, no hay comunidades perfectas por muy dóciles que sean al Espíritu Santo. Aquí, con Jesús, hay comunidades en camino donde el perdón es fundamental, donde desatar es definitivo, donde vivir en la alegría es el gran testimonio frente a la gran tarea de la misión evangelizadora.
Nos proponemos ser comunidades en misión, en salida… ¿Para qué? ¿Para tener más comunidades problemáticas, insatisfechas, amargadas y exigentes?
Lo importante en una comunidad no es que esté el asesor y el responsable, sino que esté Jesús verdaderamente en el Centro. En nuestra comunidad parroquial siempre hay quejas sobre las limitaciones de los encargados. Y, con frecuencia, eso hace disminuir la presencia real de Jesús.
Jesús no dice: «Yo les aseguro que, si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, el responsable se hará presente para alentarlos», ¡No! Jesús promete una presencia especial suya ahí donde el acuerdo en la oración se da y se manifiesta. Le gusta estar con nosotros, mi presencia en comunidad hace posible la presencia nueva de Jesús.
Defendemos a como dé lugar el nombre de la comunidad cuando lo que deberíamos defender sobre todo es el perdón, la cercanía, la comprensión, el ritmo de cada miembro de la comunidad. ¡Qué bien caen aquí las palabras de san Pablo en la segunda lectura, Rom 13, 8-10: «Que la única deuda que tengan con los demás sea la del amor mutuo! Porque el que ama al prójimo ya cumplió toda la ley. De hecho, los mandamientos: no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro precepto, se resumen en éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. Quien ama no hace mal al prójimo, por eso el amor es el cumplimiento pleno de la ley».
Ser comunidad es una bendición, ser comunidad que perdona es una comunidad superbendecida, ser una comunidad en la que el Centro es siempre Jesús y se mueve por la acción del Espíritu Santo es un trasunto de la Santísima Trinidad que vive “desatada” y en la libertad que recuerda aquella palabra de Unamuno: «No canta libertad más que el esclavo, el pobre esclavo; el libre canta amor».
Cuando los hermanos se reúnen en comunidad la mirada del Padre se complace y se siente glorificado. Amén.
P. Sergido García, msps