Consta de 4 módulos (febrero-noviembre 2025) y un taller presencial (costo por confirmar) Sesiones virtuales quincenales, lecturas, participación, evidencias de aprendizaje El participante obtendrá: conocimientos de Pastoral Social capacidades de animación de acciones solidarias herramientas de diagnóstico y diseño de proyectos de impacto social habilidades de gestión de proyectos sociales y procuración de fondos.
Inicia: 03 de febrero 2025
Inversión: $3, 800 (puede diferirse en 4 pagos de $950)
Una vez más, sentimos el sabor y el tono de la esperanza del bendito tiempo del Adviento. Hermosa oportunidad para renovarnos en esta actitud tan necesaria.
Hoy quiero compartir contigo acerca de la importancia de seguir soñando en estos tiempos difíciles. Y parto de una canción, Sueños, que escribí hace poquito más de un año.
Avanzamos por pasión, y si nos falta, no avanzamos por más que caminemos; poco a poco entendemos que a la cima no nos llevan los pies, sino los sueños.
Avanzamos por encanto y por belleza, avanzamos cuando estamos seducidos. Avanzamos cuando un sueño nos habita, y si falta la ilusión ya no hay camino.
Moisés nació en 1893 en Zacatlán de las Manzanas, en el estado de Puebla. Su madre murió cuando tenía 5 años y a partir de este momento, su infancia pasó a ser una constante itinerancia, pues como su padre era maestro y se había puesto a las órdenes del señor cura, cuando trasladaban al sacerdote de pueblo en pueblo, el padre de Moisés también iba con él para dedicarse a la escuela de la nueva localidad: así que el chiquillo estaba obligado a desprenderse constantemente de sus amigos y sus juegos, siempre desarraigado. Moisés era el acólito del cura y desde que hizo su primera comunión a los 8 años, ningún día dejó de comulgar, aprendiendo a quedarse, poco a poco en oración, después de la misa. Siendo un adolescente acompañaba al señor cura a las rancherías y por las tardes impartía clases de religión.
Adquiere el nuevo libro del Padre Fernando Torre MSpS, con comentarios a algunos textos de Concepción Cabrera.
Me hago eco de lo que dijo San Pablo: «Ay de mí si no evangelizara» (1Co 9,16). Le pido al Espíritu Santo que este libro impulse a los lectores a asomarse en su interior para encontrarse con el Dios-Trinidad que allí tiene su morada.
Pablo está en Atenas, durante su segundo viaje y Lucas narra en lo Hechos de los Apóstoles el episodio más importante de este segundo periplo: la evangelización de la que había sido la ciudad más famosa de la Grecia antigua. En la época de Pablo, Atenas ya no era la gloria del mundo antiguo, como lo había sido en los siglos V y IV a.C. Ahora era, desde hace casi 130 años una ciudad del Imperio romano a la que no se le habían respetado sus glorias[1]. La ciudad importante era Corinto (así como la más corrompida del Mediterráneo), llegando a tener mayor importancia política que Atenas. Estamos en el año 51.
Dice Jesús: «Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida eterna y yo vivo por él, así tambiénel que me come vivirá por mí». Aquí se está hablando de que Jesús vive por el Padre y de que el seguidor de Jesús vivirá por él si lo come. Como Jesús dice que el creyente vivirá de la misma manera que él lo hace por el Padre si lo come, quiere decir Jesús «come» al Padre, porque dice «así también», es decir, de la misma manera.
Para seguir profundizando en esto hay otro matiz que solo en el texto original en griego podemos descubrir; y es que se dice exactamente lo mismo, pero construido de esta forma (lo que interesa es el matiz): «Como me envió el viviente Padre y yo vivo por el Padre, también el que me come, también él[1], vivirá por mí». Es decir, el Padre es «el viviente»
La santidad, meta de la vida cristiana, puede ser abordada desde diversas perspectivas, vinculándose comúnmente con aspectos personales, espirituales y religiosos. Sin embargo, es crucial considerar cómo la búsqueda de la santidad tiene que abarcar y afectar positivamente el ámbito de las relaciones interpersonales. La santidad ofrece un marco de valores, actitudes y prácticas que apunta -mediante el amor- a la humanización de los vínculos humanos que establecemos con los demás.
La santidad necesita ser confirmada con actitudes visibles y comprobada con comportamientos concretos en el ámbito de las relaciones interpersonales. En otras palabras, el mejor y tal vez único indicador para “medir” la santidad de alguien es observar cómo son sus relaciones con los demás.
Las mujeres van al sepulcro desconcertadas, atemorizadas, pero también con una extraña y secreta esperanza.
Y, allí en el sepulcro, todo es novedad, todo se transforma, cambia el mundo entero. Y ellas experimentan aquel mundo renovado que empieza entonces. Porque Jesús, el crucificado, no ha quedado aprisionado por las cadenas de la muerte, una piedra de sepulcro no ha podido retener la fuerza infinita de amor que en la cruz se manifestó de modo tan total, tan sin reservas. Aquel camino fiel de Jesús, aquella entrega constante de su vida al servicio de los pobres, aquel combate contra todo mal que ahogara al hombre, aquel amor, aquel amor… ¿cómo podría haber quedado enterrado, muerto allí por siempre?