Moisés Lira Serafín. Beato

P. Moisés Lira Serafín, msps

 

Moisés nació en 1893 en Zacatlán de las Manzanas, en el estado de Puebla. Su madre murió cuando tenía 5 años y a partir de este momento, su infancia pasó a ser una constante itinerancia, pues como su padre era maestro y se había puesto a las órdenes del señor cura, cuando trasladaban al sacerdote de pueblo en pueblo, el padre de Moisés también iba con él para dedicarse a la escuela de la nueva localidad: así que el chiquillo estaba obligado a desprenderse constantemente de sus amigos y sus juegos, siempre desarraigado. Moisés era el acólito del cura y desde que hizo su primera comunión a los 8 años, ningún día dejó de comulgar, aprendiendo a quedarse, poco a poco en oración, después de la misa. Siendo un adolescente acompañaba al señor cura a las rancherías y por las tardes impartía clases de religión.

Debido a su infancia de continuos desprendimientos, (la muerte de su madre), yendo de un lugar para otro con su padre, acompañando los “ires y venires”  del señor cura…; habiéndolo su padre dejado a manos de una bienhechora para que le cuidara en sus estudios…, por estos vacíos afectivos y desarraigos, se desarrolló en él, desde los comienzos de su adolescencia, una profunda relación de búsqueda y ternura con el Padre celestial. Es en estas circunstancias, ya en la adolescencia, cuando comienza a preguntarse por su vida, por lo que el Padre querría de él.

Gracias a los cuidados de aquella bienhechora muy devota y unida a la Iglesia, a los 17 años ingresa en el seminario de Puebla, pero dos años más tarde, después de unos ejercicios espirituales, se da cuenta de que su vocación estaba en la vida religiosa. Cuando ya tenía 20 años, en 1914, conoció en el seminario al P. Félix, que estaba a punto de fundar la congregación de los MMSpS, y decidió irse con él: así se convirtió Moisés en el primer novicio MSpS. Conchita decía de él: “Moisés tiene gracias especiales de nuestro Señor, porque es el primero”.

Y el P. Félix le escribiría, ya siendo Moisés sacerdote:

Padre Moisés de Jesús. Mi querido Padre Moisés: Los primogénitos siempre tienen un lugar de preferencia en el corazón de sus padres… Así debe ser y en este caso así es. Ya verás si te encomiendo a Dios cada día y cuanto le pido a Jesús por mi amado primer hijo. Hazte muy santo. Muy hombre de oración. Busca más y más a Jesús. Más y más a tu Madre Santísima. Quita toda agitación menos útil. Dios, Dios, Dios, Dios, sólo Dios. Tu queridísimo Padre que te bendice y mucho te ama en Jesús. Félix de Jesús”.

Moisés había manifestado al P. Félix por carta que cuando fuera sacerdote «quisiera llegar estando muy transformado en Jesús». El caso es que cuando cumplió 29 años, en 1922, fue ordenado sacerdote en Morelia. Se preparó para ese acontecimiento con unos Ejercicios Espirituales dirigidos por el P. Félix, que resultaron clave en su vida. En ellos, después de una meditación del P. Félix sobre la unción en Betania, comprendió que su vocación era estar siempre a los pies de Jesús, ungiendo los pies de su cuerpo místico, la Iglesia, sirviendo a los más humildes y pequeños: “para eso me quiere Dios, -escribe-, para cuidar de sus pies”.

Transcribo sus palabras el mismo día de su ordenación, que nos describe la calidad de su vida interior:

Oh mi Uno, oh mis Tres, oh María, lo que habéis hecho conmigo ha sido únicamente por tu grande misericordia. No tengo otra cosa que hacer sino darme, decirte Dios mío que hagas de mí lo que quieras, me doy enteramente, acepto todo, de hoy en adelante seré más tuyo, más semejante a Ti. Resuelto a seguirte por el camino estrecho del calvario, muy cerca de Ti, y desprecio con toda energía, placeres, honores, riquezas, y todo propio querer. Ratifico mis entregas totales anteriores, estoy en lo dicho. Y olvida mis infidelidades tantas. Deseo ardientemente corresponder a tus favores, ser Santo Sacerdote. Ser perfecto Misionero del Espíritu Santo, con aquella perfección que deseas. Deseo tener mi voluntad unida íntimamente a la tuya, renunciando perfectamente todo propio querer. Aquí estoy, dispón de mí.

Oh María, Madre mía de Guadalupe, ¡alégrate!, tienes ya otro hijo sacerdote, que jamás suba al altar sin ti. En tus manos encomiendo y pongo mi vida sacerdotal. Madre, ayúdame.

Por último, ya de adulto Moisés escribe de cuando tenía 7 años: “cuando era chiquillo, me gustaba ser panadero, porque me ha gustado mucho el pan; fogonero, porque atizaba el tren y se movía todo el convoy; carretero, porque guía”

Miren ustedes por donde este deseo infantil se convirtió en toda una premonición de lo que sería su vida, y lo podemos tomar como eje central de todo lo que fue. En efecto. Moisés fue un espléndido panadero, porque supo amasar el pan de la Palabra; primero, guardándola en su corazón con una vida de intimidad con el Padre. Después, amasándola, rumiándola, identificándose con ella, haciéndola suya. Finalmente, para darla en alimento a cuantos le rodeaban, principalmente con una vida sencilla y pequeña. Él siempre se identificó con los pequeños: los grupos de acólitos eran su pasión y allá donde le mandaban fundaba el grupo de acólitos. Algunos Misioneros del Espíritu Santo salieron de esos grupos de acólitos y ahora, setenta años después, recuerdan con amor de hijos cuánto ansiaban estar con él las tardes después de la escuela, en Morelia, en Puebla. Es que Moisés fue un gran padre-panadero que les supo alimentar bien.

Pero también Moisés fue magnífico fogonero. Su vida como Misionero del Espíritu Santo y como fundador de las religiosas Misioneras de la Caridad de María Inmaculada, era comparable a aquel que alimenta, con tesón, esfuerzo y constancia, el fuego del Espíritu Santo en la vida de sus hermanos Misioneros y sus hijas religiosas. Nunca dejó de atizar el fuego del Espíritu, desde una vida callada pero firme, viviendo la espiritualidad de la instrumentalidad, atendiendo los pies de Jesús, a los más pequeños de su Iglesia, siendo el fogonero de que el Espíritu se sirvió para encender el amor en muchísimos corazones, y así mover el convoy de la vida religiosa en la Iglesia para gloria del Padre.

Así, también, Moisés se convirtió en un excelente carretero. El conduce, como primogénito junto con su P. Félix de Jesús, la carreta de los Misioneros del Espíritu Santo. Él conduce la carreta de las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada. Él sabe por dónde guiarnos y evitar los peligros del camino, porque él conoce el camino. Lo ha andado, lo ha pisado: conoce cada obstáculo, cada curva, cada peligro, cada abismo. Sólo tenemos que fiarnos de él, estar atentos a sus indicaciones, dejarnos guiar por él: mirar su vida y buscar imitarlo, porque haciéndolo estamos más cerca de Jesús, el Hijo amado del Padre.

P. Eduardo Suanzes, msps

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