Tan vida es el primer segundo en el vientre de la madre como el último segundo en este mundo: esos dependen totalmente de Dios Creador. Nos regala todos los demás para que los vivamos en el amor, en la tarea de crear y hacer un poco mejor el mundo que nos recibió y que un día dejaremos. Por lo pronto habrá que luchar por preservar la vida siempre.
Estoy en “Casa Conchita”, antesala del cielo en donde estamos los más viejos de la Provincia atendidos de manera estupenda. Mi primer amanecer lo vio mi madre, el último tal vez lo vea yo. No me preocupa porque, lo vuelvo a repetir, el último depende de mi Padre Dios.
Pero he visto muchos amaneceres y atardeceres que enamoran más al Dios de la vida. Por eso quisiera compartir, ya que muchos lo han hecho, algo sobre “saber envejecer” por si sirve de algo a quienes, colegas por la edad, podamos gozar y agradecer hasta donde hemos llegado. Y también, ¿Por qué no? a quienes vienen de camino y están en plenitud de capacidades, trabajo, pasión por el Reino.
Hace mucho tiemplo leí de Anselm Grün “Saber envejecer” que me hizo mucho bien y es libro obligado en este tema. Yo me atrevo a proponer lo mismo desde otra perspectiva.
Me preguntó un hermano que si no me daba pena haber llegado a los 60 (ahora cuento con 82 junios). Venía yo de hacer mis gestiones para la tarjeta del “Insen”. “Claro que no, le dije; más pena me hubiera dado no llegar”. Envejecer es inevitable, solo hay que pasar de un día a otro; “Saber envejecer” es una sabiduría que cuando lo logras ya no te sirve para casi nada pues habrás pasado al abrazo definitivo con el Padre Dios, pero mientras le da mucha vida a la vida.
Dolores Aleixandre tiene una reflexión deliciosa sobre cómo le gustaría envejecer. Dice que el paso del tiempo le ha hecho entender las palabras del Qohélet: “Acuérdate de tu Hacedor durante la juventud, antes de que lleguen los días aciagos y alcances los años en que dirás: No les saco gusto… Antes de que se rompa el hilo de plata y se destroce la copa de otro y se quiebre el cántaro en la fuente y se raje la polea del pozo y el polvo vuelva a la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Qo 12, 1. 6-7).
Hemos conseguido estirar la vida, pero luego no hemos sabido que hacer con ella. Se pregunta Dolores si no tendrá el Evangelio algo alternativo que decir y ofrecer a los modelos culturales dominantes: la visión de la vejez como un tiempo de regresión, pérdida e inactividad, carente de expectación y de proyectos y habitada irremediablemente por la amargura, la nostalgia, el acomodo y la resignación. Y, para otros, productos desechables.
(continuará)
P. Sergio García, msps