CARTA A JUDAS ISCARIOTE. O la historia de una vocación frustrada

Pablo Héctor González Alarcón, msps

Judas, estos días de semana santa me ha impresionado cómo apareces en los pasajes evangélicos y experimento algo de extrañeza porque a pesar de ser mencionado tan frecuentemente en los relatos, casi no recuperamos tu experiencia y pasamos de largo, lo que impide que descubramos cómo estás presente en las luchas de los discípulos de hoy.

Sobre ti hemos construido estereotipos fáciles y simples que nos ayudan a ignorarte en la historia y nos impiden mirar cómo la repetimos. Eres el traidor, el culpable de la muerte de Jesús. Hemos de ignorarte, tenemos el derecho de odiarte por el sufrimiento que le causaste al maestro.

Tal vez las cosas no son tan así de simples. Quizá hemos de animarnos a verte más de cerca para comprender los peligros que todo discípulo enfrenta. Por eso me animo a escribirte esta carta intentando recuperar tu recorrido para que pueda prevenirnos de un camino frustrado en el seguimiento del maestro.

El primer estereotipo que habría que revisar es pensar que tú siempre fuiste el malo. El que desde el principio ya estaba marcado para cumplir un libreto que te tocaba desempeñar. Se te asignó el papel de traidor en la trama de la salvación. Ya estaba en las escrituras y tu tuviste la mala suerte de que te tocara desarrollar ese papel. Pensar así, te hace más bien víctima de un Dios que determina nuestro destino desde el principio. No te quedaba otra que traicionar al maestro. Además pensamos que siempre fuiste perverso, un infiltrado maldito en el grupo de Jesús. Judas, tú sabes que esto no es cierto y que no hace justicia al proceso que viviste. Lo que pasa es que nosotros miramos la historia desde el final y desde ahí perdemos la perspectiva del proceso que te llevo a quedar marcado con una perversidad sin igual.

Acuérdate, Judas, del momento en que Jesús te llamó. Eras un joven apasionado, decidido a entregarte del todo. Dicen que de tu pueblo provenían grupos fanáticos de zelotas que buscaban la liberación del pueblo. Tu bebiste de ese espíritu casi martirial; de esa sensibilidad por la liberación. Provenías de un pueblo ninguneado y estabas dispuesto a hacer algo, incluso a entregar tu vida por cambiar esa situación inaceptable. La llamada de Jesús te cautivó. El maestro te ofreció un camino para darle cauce a esos anhelos de vida y libertad. Y decidiste seguirlo. Me puedo imaginar el impacto que sus palabras fueron teniendo dentro de ti. Junto con tu comunidad de discípulos compartiste la sorpresa y admiración por esta doctrina distinta.

Recuerda Judas todas las veces que te conmoviste ante las acciones y enseñanzas del maestro. Recuerda la emoción atorada en la garganta; las veces que tu piel se estremecía ante algún gesto del Señor. No te hace justicia el pensamiento de que siempre fuiste un perverso. Comenzaste siendo un discípulo apasionado, lleno de ilusión, encantado por las enseñanzas de Jesús. Cuando el Señor te llamó vio tu pasión, tus altos ideales, tu deseo de hacer algo. No te llamó para ser traidor, para cumplir un libreto predeterminado por Dios. Tu vocación era ser un verdadero discípulo y apóstol. Sin duda el Señor vio en medio de tus fragilidades toda la fuerza que podías tener para el evangelio.

Aunque en los evangelios no aparece mucho tu papel en el grupo, seguro que Jesús y los demás confiaron en ti. Te dieron el servicio de la bolsa económica que sin duda comenzaste a realizar con eficacia. Quizá mucho tiempo no hubo motivos de queja.

¡Oh, Judas, Judas! ¿Qué te pasó? ¿Dónde empezaste a trastocar este camino de vida? Es un misterio, pero hubo algún momento en que el tentador comenzó a trabajar dentro de ti. Satanás es sumamente sagaz y sabe dónde tocar y atacó por tu herida; sabía que provenías de un pueblo ninguneado y humillado por el sistema de opresión. ¡Qué hábil es el mal espíritu! Con mucha sutileza comenzó a sugerirte fantasías de grandeza, de poder y de riqueza. Las fantasías comenzaron a ser tan sugestivas porque podían en algún punto confluir con las enseñanzas del maestro, aunque en el centro ya no estaba el Reino, la palabra del maestro sino tú mismo. Por dentro dejaste de ser discípulo de Jesús para hacerte discípulo de ti mismo. Por afuera todo era normal. Repetías las enseñanzas de Jesús cuando eras enviado con algún otro discípulo a predicar; hablabas y actuabas igual que los demás, pero por dentro, en el fondo, la búsqueda de redención de tu herida era lo que movía todo. Tan fuerte comenzaron a ser estos pensamientos que ya no podías escuchar al maestro sino sólo te escuchaste a ti.

Hay que decirlo, Judas. Tu no fuiste el único tentado por el demonio. No fuiste la presa elegida para ser devorada por las fauces del mal. El tentador está siempre, ataca siempre y a todos y siembra cizaña que se confunde con el trigo. Todo el grupo vivió los ataques del tentador. Quizá todos compartían una herida. Se sabían también irrelevantes donde campesinos, pescadores eran los nadies de esa sociedad. Participar en el grupo del Señor les comenzó a dar un lugar; todos habían sido invisibles en su pueblo y con Jesús comenzaron a ser vistos. Todos fueron tentados con la cizaña del poder y el reconocimiento. ¿Recuerdas aquella ocasión que la madre de dos de tus compañeros le pidió a Jesús que les concediera un lugar especial a sus hijos? Ese día, todos se indignaron porque cada uno en su corazón guardaba el deseo de un lugar de poder y reconocimiento. Lo que pasó es que Jesús fue orientando a todo el grupo, fue ayudándoles a descubrir que entre sus discípulos las cosas tendrían que ser distintas; que la grandeza estaba en el servicio y el poder tenía que asumirse para ayudar al proyecto del Reino. El problema Judas es que el grupo podía escuchar al maestro y vivir la crisis que les pedía un proceso de conversión, pero tú ya no escuchaste al maestro. Fuiste decidiendo seguir tu propio camino.

Tampoco me parece que tú fueras el más tentado. Por lo que vemos en los evangelios Pedro también vivió enormes luchas. A ningún otro sino a Pedro le dijo Jesús que el demonio estaba sacudiéndolo como trigo. Pedro es quien recibió la reprimenda más fuerte que expresó Jesús en todos los evangelios cuando le dijo “apártate de mí satanás, porque tú no piensas como Dios sino como los hombres”. Ni a los fariseos, ni a Herodes ni a nadie Jesús le habló con tanta dureza como a Pedro. Señal de que las tentaciones que experimentó Pedro eran enormes. El asunto es que Pedro no dejó de escuchar al maestro. Seguro tuvo que sufrir y llorar en la soledad esa lucha terrible que enfrentaba. Tú, Judas, dejaste de escuchar al maestro y a la comunidad. Te fuiste lentamente apartando. Seguramente fue muy sutil porque ninguno de tus compañeros imaginó lo que estabas viviendo. Aprendiste a cubrir esta doble vida. A aparecer por fuera normal y como todos, pero por dentro acariciando un camino diferente. Solo Jesús comenzó a darse cuenta de que algo te pasaba. Ya no le sostenías la mirada; ya no vibrabas como en algún momento ante sus enseñanzas, cuando él hablaba tu mantenías tu mirada perdida metida en tus cavilaciones. ¿Cuántas veces el Señor buscó ayudarte? ¿Recuerdas aquellos momentos de compartir en que a solas Jesús te preguntó qué te pasaba? ¿qué tienes Judas? y tú lo evadías diciendo. Nada Maestro, es que estoy cansado y te alejabas.

El tentador estaba ganando la batalla en ti. Ya no escuchabas a nadie, sólo a ti. Luego las cosas pasaron tan rápido que apenas lograste darte cuenta de cómo sucedieron. Sí, en aquella Pascua en Jerusalén las cosas estaban muy tensas. En aquella última cena Jesús aparecía con un tono un poco nostálgico. ¿Recuerdas cuando te lavó los pies junto con todos tus compañeros? Al igual que Pedro te sentiste muy incómodo, pero ya habías aprendido a callar todo, a fingir y ocultar lo que te pasaba. Y ahí, en la cena decidiste dar el paso y entregarlo. Algunos teólogos dicen que tú pensabas que entregando al Maestro el pueblo que había gritado y apoyado a Jesús en su entrada a la ciudad iba a reaccionar y a defenderlo. Quizá soñabas en una estrategia de liberación que te cubriría de gloria. Entonces sí, podía establecerse un nuevo poder en el que tendrías un lugar de importancia. No lo sabemos bien. No sabemos si fue el poder, o el dinero o qué de verdad estabas imaginando, pero decidiste un camino propio y distinto al del maestro.

Fue entonces que saliste de la cena a buscar a las autoridades. Para entonces, ya estabas decidido a realizar las cosas a tu manera. Estabas encendido, con la adrenalina a todo para sacar adelante tu proyecto. Aunque ¡hay que decir la verdad Judas! No fuiste tú el principal artífice de esta historia. En las narrativas de ahora tu eres el actor principal de la trama de la muerte de Jesús, pero la verdad, es que contigo o sin ti los grupos poderosos hubieran matado a Jesús. Ya lo habían decidido y lo sabemos por mil historias que conocemos. Cuando alguien es incómodo al poder, éste siempre encuentra el modo de deshacerse de él. Lo que hiciste tú fue sólo ofrecer una vía a esa determinación que ya habían tomado los poderosos.

Pero Judas, no sé si te habrás preguntado ¿por qué cargas tú el peso principal de esta trama que terminó con la muerte de Jesús? ¿Por qué si tu sólo fuiste un actor casi circunstancial de esta historia ahora cargas con la responsabilidad principal en las narrativas cristianas?

¡Te lo diré Judas! ¿Qué podíamos esperar de Poncio Pilato? ¿Qué imaginábamos que harían los miembros del sanedrín y los sumos sacerdotes? Todos, en esta historia actuaron como cualquiera se podía imaginar. Pero contigo no. Sorprendiste a todos. Cuando Jesús anunció que uno del grupo lo iba a traicionar, ninguno de tus compañeros se imaginó de quién hablaba. Te habías convertido en un experto en disimular que eras un discípulo cuando hacía tiempo que ya no lo eras. Viviste una doble vida, la de afuera, la que veían todos y la que tú vivías por dentro. Todos te pensaban discípulo fiel porque rezabas, predicabas, actuabas como discípulo, pero tú en realidad ya no lo eras. Esta doble vida a la que te habías acostumbrado la expresaste incluso con el beso con el que señalaste al maestro. Ya los gestos no significaban lo que para todos expresaban.

Aquí está la explicación del peso que adquirió el papel que tienes en la historia de la pasión del maestro de Nazareth. Tu fuiste el que sorprendió a todos, de tal modo que tu colaboración en la muerte del maestro se volvió central en esta trama. Por eso las traiciones de los discípulos tienen un impacto mucho mayor que las fallas de cualquier otra persona.

Cuando viste que las cosas se salieron de control abriste los ojos a tu error y decidiste acabar contigo y suicidarte ¡Ay, Judas! ¡No sé cuál fue tu mayor error! Fallarle al maestro o desconfiar de su misericordia. Pero ya hacía tiempo que habías bloqueado la experiencia del amor de Jesús. Ya no recordabas esa mirada cariñosa y tierna del principio. Sin la experiencia de su amor no tenías ya ninguna salida.

Sin duda la enorme misericordia de Dios te ha dado el perdón, pero recuperar tu historia Judas nos ayuda a los discípulos de Jesús a ser conscientes de los peligros que enfrentamos. A escuchar la llamada del Señor que nos invita a velar y orar continuamente. A estar atentos y vigilantes a las sutiles trampas del enemigo que sabe disfrazarse de bien; y, sobre todo, a no permitir llevar una vida interna disociada del camino que hemos elegido.

Pablo Héctor González Alarcón, msps

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *