El mensaje de la Espiritualidad de la Cruz
(P. Roberto de la Rosa, msps)
1 Introducción
En el areópago de Atenas se encontraron por vez primera la sabiduría humana y la Cruz. Pablo, consciente de la magnitud del momento, intentó introducirse progresivamente en su auditorio, tender un puente, establecer un diálogo y comenzó a hablarles en su lenguaje. Mientras el Apóstol permaneció en el terreno filosófico, la asamblea lo escuchó con atención. Muchos de sus oyentes recordaron haber oído cosas semejantes en su divino Platón y en los pensadores estoicos, pero cuando Pablo intentó pasar a la parte esencial de su discurso se deshizo el encanto. A la idea de arrepentimiento y de un juicio que haría un hombre al que Dios “ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos”, una protesta se propagó entre todos, unos se burlaron y otros dijeron: “Sobre esto ya te oiremos en otra ocasión”. (cf. Hechos 17, 22-32)
La proclamación de la vida de Jesús, de su pasión, de su muerte, de su Cruz, que Pablo pretendía explicar a los filósofos, permaneció en la mente y en el corazón del Apóstol desilusionado. No llegó a expresarla. Fue el momento más crítico de su misión. Pablo abandonó Atenas y se dirigió a Corinto, la ciudad más corrompida de todo el Imperio Romano, pero había aprendido con su propio fracaso una grande lección: ya no recurrirá a la sabiduría humana sino que presentará con todo realismo, con toda valentía a Cristo y a Cristo crucificado.
“Yo hermanos, cuando fui a vosotros, —escribirá más tarde— no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el testimonio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo y este crucificado. Y me presenté ante vosotros, débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría”… (1 Cor 2, 1-4)
Y se realizó el prodigio de aquella Iglesia de Corinto, preclara entre todas, por la plenitud de los carismas del Espíritu.
“Cristo me envió a predicar el Evangelio y no con palabras sabias para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la “palabra de la Cruz” es una necedad para los que se pierden, mas para los que se salvan —para nosotros— es Fuerza de Dios”. (1 Cor 1, 17-18).
“Palabra de la Cruz”, “Fuerza de Dios”. Esta palabra de la Cruz es la palabra que el Padre ha dicho al mundo. Palabra que es la expresión definitiva de su amor a los hombres. Es la palabra hecha carne, el Verbo, su Hijo que nos amó hasta el extremo, hasta la muerte y muerte de Cruz. Palabra de la Cruz. Palabra de Dios, de la cual Pablo es el heraldo. Hoy, esta “palabra de la Cruz” vuelve Dios a repetirla al mundo por Concepción Cabrera de Armida (Conchita).
En este artículo, me ha parecido oportuno exponer brevemente el centro de su vida, de su espíritu y de su doctrina, o como hoy decimos: “su mensaje”. Mensaje por otra parte que no es suyo, que no procede de ella, sino que ha recibido para comunicarlo y darlo, porque Conchita es ante todo y sobre todo una “Palabra de Dios para el mundo de hoy”. ¿Cuál es esa Palabra? Es Jesús y Jesús Crucificado. La doctrina de Conchita y su Obra en la Iglesia, es la Doctrina de la Cruz, es la Obra de la Cruz.
No es mi intención en estas cuantas palabras, adentrarme en la hondura de su vida espiritual, ni en las maravillas de gracia que Dios quiso gratuitamente realizar en ella. Menos aún hacer un panegírico que aunque causa admiración, nos distancie de la persona, porque, aunque es bello contemplar las cumbres de las montañas, no todos nos sentimos alpinistas y lo sentimos fuera de nuestra vida concreta.
Mi objetivo es muy simple y muy práctico y pretende responder a estas dos preguntas:
- ¿Cuál es la síntesis, la esencia de su mensaje espiritual para nosotros, para toda la Iglesia, para el mundo?
- ¿Es posible realizarlo? ¿De qué manera podemos encarnarlo en nuestra vida?
2 El Mensaje
El mensaje de Conchita al mundo es la Cruz. Esto es manifiesto porque es su nombre de gracia, nombre nuevo que Dios le impuso y que designa el sentido de su predestinación y de su vida.
“Tú te llamarás Cruz de Jesús porque de ahí viene el origen de todas las gracias que has recibido”. (CC. 24,85; agosto de 1906.) [1]
Signo evidente, indiscutible de la acción de Dios en la historia es la oportunidad. Dios jamás llega ni antes, ni después. El tiempo y el momento, el kairós está en las manos del Padre. El mensaje de la Cruz es de una “actualidad” palpitante, no porque el mundo esté dispuesto a escucharlo, sino porque tiene inmensa necesidad de él.
La Cruz es el símbolo de la Redención. Signo de la única salvación del mundo. Figuración sensible y sintética de nuestra fe. Signo misterioso y distintivo del cristiano, que trazamos sobre nosotros en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. Es de una urgencia vital el tener una conciencia clara de lo que significa la Cruz, de lo que realiza en el misterio del hombre. Pero en este mundo en el que “Dios ha muerto”, la Cruz de Cristo ha llegado a ser ininteligible, absurda, sin sentido. Hablar de redención, de satisfacción, de expiación “ha pasado de moda y da la impresión de una mitología que debe ser superada”. Cuando mucho se habla de “liberación” y eso por su resonancia en una visión pseudo-teológica de la realidad terrestre.
La idea de un “rescate” del hombre que estuviera cautivo, alienado, choca al hombre “adulto” que ha llegado a su madurez, que se afirma más y más por su dominio sobre el universo. “El hombre moderno, decía León Brunschvicg [2], no tiene necesidad de redención”. Y con todo, la Cruz es la “Sabiduría y la Fuerza de Dios”, centro de su designio salvífico, corazón de la proclamación kerigmática; pero también es escándalo y locura ¿Cómo presentar en breves palabras la riqueza inagotable que Dios confió a Conchita?
2.1 La esencia del mensaje.
Pretender sintetizar en unos cuantos párrafos la riqueza doctrinal contenida en millares de ellos sería una pretensión ridícula. Sin embargo es absolutamente necesario encontrar una expresión sintética y, en cierto sentido, intuitiva, tanto para la comprensión personal como para la proclamación y comunicación de la espiritualidad de la Cruz.
Muchas veces he pensado en este problema sin poderlo resolver y de pronto se me presentó la solución. Era una cosa tan clara, tan evidente, que precisamente por estar delante, a la vista, no la había considerado.
Hemos dicho que el mensaje de Conchita no es suyo, es palabra de Dios: debemos entonces considerar las circunstancias históricas y concretas del mensaje divino. ¿Cómo habló Dios a Conchita? La “experiencia espiritual” del contacto con Dios vivo es inefable, es inútil intentar reducirla a conceptos, a esquemas que necesariamente fragmentan la realidad, por eso Dios habla al hombre con “símbolos”, medios de comunicación concretos, vivenciales, que abarcan al hombre integral porque llegan a su inteligencia, a su sentimiento, a su fantasía, a su sensibilidad. Basta recordar los grandes hechos de la Revelación: la visión de Isaías “vi al Señor Yahvéh sentado en un trono excelso y elevado y sus haldas llenaban el templo.., y unos serafines gritaban el uno al otro: “Santo, Santo, Santo, Yahvéh Sebaot”. (Is. 6, 2-3) La visión de Ezequiel: “Vi una gran nube con fuego fulgurante… en el centro cuatro seres… y como un fuego que …” (Jr. 9)
Conchita tuvo también una visión. Su importancia es decisiva, no por su carácter carismático, sino porque es intervención directa, lenguaje y comunicación de Dios.
“Esta mañana después de comulgar, estando recogida haciendo mi oración en la Iglesia de la Compañía, vi de repente una cosa como alegoría, que no entendí. Era como un inmenso cuadro de luz encendida, aclarándose hacia el centro, siendo blanquísima la de en medio. ¡Luz blanca! y encima de todas estas clases de luces con miles de rayos de oro y de fuego, una paloma blanca, extendida de sus alas, mero arriba, como abarcando todo aquel conjunto de luz”. “Lo vi todo esto muy claro, puesto que era luz, pero entendí que fue una visión oscura o muy alta”. (Apost. de la Cruz 1/1)
La importancia de esta primera visión es definitiva como luego indicaré, pero continuemos:
“A los dos o tres días de esta visión, voy viendo una tarde en la misma Iglesia de la Compañía, ¡ Feliz tarde! otra vez de repente, a una paloma blanca en medio de un gran fuego, como de rayos de luz, pero de luz casi blanca, clarísima, brillante En el centro de esta luz se encontraba una paloma, blanquísima, también con las alas extendidas, y debajo de ella en el fondo de aquella inmensa luz, una Cruz grande, muy grande, con un Corazón en el centro de donde los brazos se parten. Parecía que flotaba en un crepúsculo de nubes con fuego dentro. Debajo de la Cruz partían miles de rayos de luz, los cuales no se confundían ni con la luz blanca de la palomita, ni con el fuego de las nubes”. (Apost. de la C. 2/2)
Este símbolo, lenguaje de Dios vivo es la expresión sintética de todo el mensaje de la Cruz. Una Cruz extraña, sin Cristo —sólo en el centro un corazón traspasado— coronada por una paloma blanca. En este símbolo que conocemos con el nombre de “Cruz del Apostolado” se encuentra al mismo tiempo en germen y en síntesis todo el mensaje, toda la vivencia y todo el Espíritu de la Cruz.
“Esta Cruz.., es muy rica y tanto que ningún mortal llegará a comprender su valor”…
Los elementos que la integran son:
- El Espíritu Santo
- La Cruz grande
- El Corazón traspasado.
- La Cruz pequeña que corona el Corazón;
- y todo ello entre esplendores de gloria.
El símbolo del Espíritu Santo en medio de los esplendores de la luz es definitivo y da la clave de todo. El mensaje de la Cruz es ante todo Amor, solo amor, siempre amor. Amor del Padre y del Hijo. Amor personal de Dios. El Espíritu Santo es la razón de la acción de Dios ad extra, de esa acción que lo hace “salir de Sí”, para difundir su bondad.
El Espíritu Creador, Veni Creator Spíritus, como canta la liturgia, crea el universo, al cernirse, al aletear sobre la faz del abismo. (cf. Gen. 1, 2) El Espíritu Vivificador, vuelve a crear el universo destruido por la falta de amor del hombre al cernirse sobre la Cruz de Cristo. La historia del hombre es una “historia de salvación”. Supone necesariamente que el hombre se ha perdido, se ha frustrado; al cerrarse voluntariamente al amor de Dios se ha condenado a su miseria, a su finitud. Al apartarse de la vida se ha condenado a la muerte. “Pero el amor es más fuerte que la muerte, saetas de fuego sus saetas, una llama de Yahvéh”. (Cant. 8, 6). “Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo Único”. (Jn. 3, 16) El Espíritu Santo, amor Personal de Dios, es la explicación y la clave de toda la Historia de la Salvación.
En el centro de esa Historia se levanta una Cruz grande, muy grande.
2.1.2 La Cruz Grande
Esta Cruz, cuyas dimensiones abarcan el tiempo y el espacio, es el símbolo de la “condición humana histórica”. La Cruz no es obra de Dios. La Cruz es obra del hombre. ¿Qué sentido tiene la existencia humana?
“El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua”. (Gaudium et Spes 18)
Toda la filosofía del ser finito golpea una y otra vez contra el muro, contra la pared de la muerte y debe acabar determinándose y decide con cierto tipo de existencialismo contemporáneo, que el hombre es un absurdo, un “ser-para la-nada”. Como quiera que sea, voluntaria o involuntariamente el hombre se encamina a la Cruz, signo de muerte, signo de absurdo.
2.1.3 En el centro de la Cruz, un Corazón.
“Un Corazón, pero no pintado, sino vivo, palpitante, de carne, pero como glorificado, que trasciende virtud, calor y vida”.
Este aspecto del simbolismo es particularmente sugestivo. Una Cruz extraña, una Cruz sin Cristo. Históricamente causó desconcierto aún entre personas calificadas que llegaron a dudar hasta de su ortodoxia. Y sin embargo el lenguaje de Dios es transparente. ¿Quién no comprende lo que significa el corazón? ¿Quién al verlo no sabe que es el Corazón del Verbo hecho carne? El Corazón de Jesús en el centro de nuestra Cruz, es la expresión, en la sencillez sublime de una estética divina, de la profundidad del misterio de nuestra liberación.
Solo el amor auténtico desciende hasta el abismo de la miseria del ser amado. Y Jesús “habiendo amado a los suyos los amó hasta el exceso” (Jn. 13, 1)
Lo indecible de ese amor es que Cristo se “compromete” personal y definitivamente en nuestro destino. “Cristo, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres”. (Flp. 2, 6-7)
Cristo abrazó la condición humana, reducida a la miseria por su alejamiento de Dios. El Corazón en el centro de la Cruz es el misterio de la Encarnación Kenótica [3]: Jesús es plenamente un hombre por el hecho de experimentar el dolor y esto reconoce una explicación única: el amor, que lo lleva a la perfecta comunión y a la más profunda solidaridad con el hombre. En su libertad amorosa, Cristo se decide a descender a la perdición del mundo. Jesús no vino a eliminar el dolor, vino a iluminarlo, a transfigurarlo. El Cristianismo no es la religión del dolor como si lo trajera a este mundo; o como si invitara a ver en el dolor “en cuanto tal”, un valor positivo, o como si predicara que hay que buscarlo y complacerse en él. El Cristianismo es la religión que “transfigura el dolor”.
Solo el amor es capaz de cambiar al dolor su significado y su sentido. Solo el amor del Hijo de Dios puede sacar de la muerte, la vida.
“Jesús dentro, dando vida a esta misma Cruz, porque me ha dicho que Él no puede separarse ni de su Corazón, ni de su Cruz”. (Apost. de la C. 40/38.)
2.1.4 Un Corazón traspasado.
“En esa Cruz está el Corazón más amante y más doloroso. Yo no me presento sobre la Cruz pero dejo ahí todo mi amor, todo mi dolor, ambos infinitos, representados en mi Corazón, Fuente de todo bien, de toda luz, gracia, misericordia”. (Apost. de la C. 45/43) 13
Amar es darse, darse totalmente hasta el agotamiento radical.
“Uno de los soldados le atravesó el costado con su lanza y al instante salió sangre y agua”. (Jn. 19, 34)
La entrega absoluta coincide con la fecundidad inexhausta. Del Corazón traspasado de Jesús brota el agua viva del Espíritu Santo, y la sangre que es expiación, purificación y comunión de la vida de Dios, sangre de la alianza definitiva. “En una perspectiva bíblica y en una perspectiva humana, el corazón es el verdadero centro del hombre corpóreo y espiritual y es por analogía el centro de Dios al abrirse al hombre. Abrir el corazón es entregar lo más íntimo y personal. Todos podemos entrar en ese ámbito abierto y vacío”.
2.1.5 La Cruz del Corazón.
“Estaba la Cruz en el aire con el fondo del cielo y en el centro de esa Cruz había un Corazón rodeado de llamas y con una Cruz chiquita saliendo de ese corazón entre un incendio de fuego”. (Hist. RR. de la Cruz p. 25)
Si la Cruz grande es la nuestra que Jesús hace suya por la solidaridad del amor, la Cruz pequeña es la Cruz propia y exclusiva de Cristo, en donde está el sentido del misterio de la Redención. La Cruz pequeña es la Cruz interior, espiritual. El hecho “Cristo”, es el acontecimiento central y decisivo de todo el plan por el que Dios quiere atraer al hombre a la comunión con Él mismo. Cristo es la alianza de Dios con el mundo por su actividad de Dios-hombre. Desde el momento en que la Persona del Hijo de Dios ha hecho suya una naturaleza humana concreta, histórica, un corazón perfectamente filial ha latido para Dios en el mundo. No basta que Cristo se haga solidario con el hombre, es necesario que el hombre responda al amor del Padre, que sea la actitud fundamental de la criatura ante su Creador, la actitud fundamental del hijo ante su Padre.
Si el pecado fue un No del hombre, la salvación es un Sí incondicional de obediencia en el amor, en la confianza absoluta, en el abandono, en el don total. Cristo en la condición del hombre que se ha apartado de Dios pronuncia el Sí que nos salva. Pero este Sí que brota de la plenitud del amor filial es misterioso y profundamente doloroso. Es la Cruz de su Corazón.
“La Cruz que traspasa mi Corazón simboliza la Cruz interior que tuve desde el primer instante de mi Encarnación en el seno de mi Madre. Ambas son preciosas y la exterior, atraerá a las almas a la interiorr, solo conocida y gustada por muy pocos”. (Apost. de la C. 42/40)
Jesús sufre porque ama de verdad, porque ese dolor es simplemente una forma de amar. Ama a su Padre y sufre al verlo ofendido por el hombre. Ama al hombre y sufre porque el pecado, la privación de Dios, es el mal único y verdadero del hombre.
Porque Jesús ama quiso hacer la experiencia de la existencia humana “desde dentro” para, “desde dentro” restaurarla y sanarla y hubo de poner el acento decisivo en el punto en el que el hombre pecador y mortal llega al final: en la muerte.
Cristo la llamó “su hora”. Cristo afrontó libremente su muerte “nadie me quita la vida, Yo la doy” en perfecta obediencia al mandato de Su Padre. Su misión solo puede cumplirse en un encuentro decisivo y trágico con la muerte y en la entrega absoluta en las manos de su Padre a pesar de su misterioso abandono “Dios mío, por qué me has abandonado”. (Mt. 27, 46)
“Por la Cruz interna principalmente se obró la Redención”. Y en esta libertad, esta fidelidad, este amor hacen de su muerte un sacrificio, acto supremo en la relación del hombre con Dios, sacrificio verdadero, único que sella la alianza definitiva entre su Padre y los hombres. La Cruz del Corazón es una Cruz eminentemente Sacerdotal.
2.1.6 La Gloria.
“Siempre has visto esa Cruz en el aire y glorificada entre nubes de luz y fuego”.
La Cruz del Apostolado es una Cruz gloriosa. “Cristo se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz, por lo cual Dios lo exaltó”.
La gloria es la presencia de la majestad luminosa de Yahvéh en su alianza. Es el amor de Dios que resplandece en la Faz de Cristo. Porque la gloria de Dios no consiste en un auto-gloriarse sino en dar, comunicar, difundir su propio bien. La gloria que envuelve la Cruz dirige nuestra mirada hacia el Espíritu que la corona y la consuma.
Si el amor es el principio de la Cruz es al mismo tiempo su término. Si Cristo muere, es para darnos la vida. Si “por el Espíritu Eterno se ofreció inmaculado a Dios”, es para difundir en todo el mundo al Espíritu Santo. El Espíritu Santo solo puede reinar por medio de la Cruz de Jesús. Por eso San Juan, en una frase arcana, nos dice que “cuando Cristo inclinó su cabeza, dio, trasmitió, comunicó su Espíritu”. La Cruz es la fuente del agua viva que brota hasta la vida eterna. “Cuando Yo sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia Mí”. (Jn. 12, 32)
El amor comunicado a todos los hombres que su Cruz ha congregado y a la creación entera, es la gloria de Dios.
2.1.7 La esencia
Después de estas breves reflexiones podemos interrogarnos: ¿cuál es la esencia del mensaje de la Cruz que Dios comunicó a Conchita? ¿Qué significa esa Cruz grande con su Corazón en el centro y coronada con el símbolo del Espíritu?
Significa:
- Que la Cruz ha cambiado de sentido, que el dolor y la muerte ya no son maldición, condenación, absurdo. Que el sufrimiento humano tiene un valor positivo, valor de salvación. Que la Cruz constituye el comienzo primicial de la liberación definitiva del hombre y del universo. Que el reinado del Amor de Dios, el reinado del Espíritu Santo, solo puede realizarse por un medio y un camino único: La Cruz de Jesús.
“La obra de la Cruz viene a renovar la devoción al Espíritu Santo y a extenderla por toda la tierra. Que impere en las almas este Santo Espíritu y el Verbo será conocido y honrado, tomando la Cruz un impulso nuevo en las almas espiritualizadas por el divino Amor. A medida que el Espíritu Santo reine, se irá destruyendo el sensualismo que hoy inunda la tierra y nunca enraizará la Cruz si antes no prepara el terreno el Espíritu Santo. Por esto se apareció Él primero, a tu vista, que la Cruz; por esto preside en la Cruz del Apostolado”. (CC 35,70; 18 de febrero de 1911)
- Que esa Cruz del Apostolado, la Cruz de la “misión del Hijo” que ha sido enviado por el Padre, es el símbolo de Cristo que por su oblación en la obediencia filial realizó nuestra salvación. La Cruz del Corazón es el símbolo de Jesús Sacerdote y Víctima “que se ofreció inmaculado a Dios por el Espíritu Santo”. (Heb. 9, 14)
- Que esa Cruz solo tiene un fin: “La gloria de Dios en la salvación de los hombres”. Y por tanto una Cruz que es esencialmente apertura, donación, oblación, “en favor de todos”. Una Cruz extática que hace salir de sí; relación pura a Dios y a los hombres. Esta Cruz nos invita y nos compromete a realizar en nuestra vida lo que ella significa.
3 Vivir el mensaje
El diálogo que el Dios vivo entabla con el hombre no se reduce a iluminar su inteligencia, sino se encamina a suscitar la respuesta de su amor. El Cristianismo no es tan solo una doctrina, sino ante todo una vida. El mensaje clama, exige ser vivido.
El descubrimiento de la Cruz de Cristo y del valor del sufrimiento “compromete” a seguir el camino de Jesús. El amor no quiere otra recompensa que el amor recíproco, por eso Dios para su amor no pretende otra cosa sino el nuestro “no de palabra, sino en verdad”. (1 Jn. 3, 18)
Toda la vida de Conchita no consistirá en otra cosa sino en realizar en sí misma el misterio de la Cruz de Jesús. “Yo seré tu Cruz”.
Es interesante ver cómo los místicos expresan con símbolos sus propias experiencias y su itinerario espiritual hacia Dios. Para Teresa de Jesús es un castillo de cristal que tiene diversas moradas que van interiorizándose; para San Juan de la Cruz es subir a la montaña santa del Carmelo o el transformarse en una Viva Llama. Para Conchita es realizar en sí misma la Cruz del Apostolado, es seguir el sendero de la Cruz bajo la luz y moción del Espíritu Santo, llegar a ser una Cruz viva para poder transformarse en el Corazón que se encuentra en el centro.
- Un camino: Ser Cruz viva
- Una meta: Ser Jesús íntimo
- Un fin: Continuar la obra de Jesús
“Yo pienso qué perfectas serían las almas si se asemejaran a esa Cruz, siempre protegidas del Espíritu Santo. Asimiladas al Corazón de Jesús, siendo su mismo Corazón en sentimientos, amor, dolor, voluntades.., salvando almas !“ (Apost. de la C. 40/38).
Toda santidad es una “imitación de Cristo” y para decirlo con mayor propiedad —porque imitar puede suscitar una idea de exterioridad o de copia—, es una “transformación en Cristo”. Jesús es un ideal trascendente, inalcanzable, por eso hay una diversidad de matices. Los diversos misterios de Cristo son otros tantos ideales de santidad: Belén, Nazaret, el Cenáculo, el Calvario, fundamentan escuelas y familias de espiritualidad. ¿Cuál misterio de Jesús es el ideal de Conchita?
A primera vista parece que es Jesús crucificado y que el Calvario es la montaña sagrada, en la que hubiera deseado permanecer para siempre y hacer allí su tienda. Sin embargo hay algo más característico. Los misterios pueden cambiar pero Jesús es el mismo. Hay algo que constituye el secreto de Jesús: es su actitud de oblación y ofrecimiento de Sí mismo al Padre que es el reflejo en su psicología humana de lo que constituye su Ser mismo de Verbo en la Trinidad, porque el Verbo es una Relación Subsistente, una apertura absoluta. El Hijo es todo-para-el Padre. Ahora bien, según el Designio Salvífico en este orden histórico único eficazmente querido por el Padre, pide que esa oblación y ofrecimiento tenga la modalidad de inmolación y sacrificio que se consuma en la Cruz. La transformación en este Cristo Sacerdote y Víctima por la acción del Espíritu Santo para la gloria de Dios en la salvación de los hombres, es el ideal que Conchita propone a todos los cristianos. El misterio de Cristo Sacerdote es insondable.
La espiritualidad de la Cruz intenta penetrar y hacer suyo, de un modo vivencial, su aspecto más íntimo, aspecto que Dios mismo nos revela en su palabra. Cristo, según la Epístola a los Hebreos, es el único y verdadero Sacerdote porque no ofrece algo en sustitución o representación sino se ofrece a Sí mismo (Heb. 10, 5-9) y se ofrece inmaculado a Dios en el amor.
Cristo es a la vez Sacerdote y víctima “ejerciendo el sumo y único Sacerdocio mediante su propia oblación, superó, dándoles cumplimiento, todos los sacerdocios rituales y los sacrificios del Antiguo Testamento, incluso los de los gentiles”. (Sínodo 71, El Sao. Ministerial 1, 1)
Este acto de oblación, de entrega incondicional, de respuesta al Padre, en obediencia y humildad, expresión de su ser filial en una psicología humana, en favor de los hombres, es el fundamento, el ejemplar y el modelo de la “vivencia de la Cruz”. La Cruz no es por tanto un dolorismo fatal, ni la aceptación del sufrimiento por el sufrimiento, ni el aspecto meramente negativo de la muerte del Señor sino “amor hasta el exceso”.
Para llegar a esa meta sólo existe un único camino. Para llegar al Corazón es necesario subir penosamente por la Cruz. Después de la Pascua de Cristo una ilusión nos amenaza a todos: ya no es necesario sufrir ni morir, si Cristo tomó sobre sí todos mis pecados y ha pagado con precio infinito mi deuda, yo debo contentarme con gozar agradecido del fruto de su sacrificio. El hombre es naturalmente “enemigo de la Cruz de Cristo” y en el momento presente trata una vez más de desvirtuar de “evacuar” la Cruz. Esta mentalidad se difunde contaminando la atmósfera espiritual. Con el pretexto de una falsa “espiritualidad pascual” se pone en tela de juicio el valor del sufrimiento y se discute el sentido del sacrificio, vaciando el Evangelio de su substancia y de su eficacia. La espiritualidad de la Cruz viene a liberarnos de nuestra mezquindad y de nuestra cobardía. La Fe Pascual no consiste en dulcificar, escamotear, evacuar la Cruz, sino en percibir su significación, en superar el escándalo que representa a primera vista. Tener mentalidad de resucitado.
Es haberse hecho capaz de predicar la muerte y la Cruz de Cristo, después de haber triunfado de la impresión del fracaso. Es descubrir la victoria en el abatimiento, es contemplar la gloria radiante de la Cruz. Esta es la grande enseñanza de Jesús resucitado . “Así está escrito y así era necesario que el Cristo padeciese y así entrara en su gloria”. (Luc. 24, 26. 46)
Ser discípulo de Jesús lleva consigo el estar dispuesto a la entrega de la vida “renunciar a sí mismo” y a tomar la Cruz. “Jesús decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese así mismo, tome su cruz cada día y sígame”. (Lc. 9, 23) La expresión de Cristo es de un realismo que aterra. No se trata de la folklórica procesión de penitentes del Viernes Santo, sino de una realidad trágica. Jesús se refiere al momento en que el condenado a muerte de cruz, carga sobre los hombros el travesaño (patibulum) para emprender una marcha terrible a través de la muchedumbre que grita y ruge y que lo recibe con insultos y maldiciones. La amargura de esta marcha reside en el sentimiento de ser arrojado sin piedad de la sociedad y de ser entregado indefenso al insulto y al menosprecio. Todo el que quiera seguirme —dice Jesús— tiene que atreverse a una vida que es tan difícil como el camino de pasión de quien se encuentra en marcha al suplicio. La Cruz es escándalo, provoca rechazo y oposición para el hombre instalado y egoísta. Cristo es terriblemente “comprometedor” y nadie puede eludir el compromiso de reproducir en sí mismo su imagen —ya que Cristo y el Cristianismo son una misma realidad—, sabiendo que será tenido por inadaptado, superado y fuera de moda.
La respuesta al llamamiento de Cristo a tomar la Cruz comprende dos etapas, dos momentos:
-
- Comprender su valor positivo, su valor salvífico, y por consiguiente aceptarla.
- Descubrir que este valor dimana de la oblación Sacerdotal de Jesús en el amor y en la obediencia y por consiguiente tender a una “identificación progresiva” con su Corazón, con sus sentimientos más íntimos.
3.1 Vivir la Cruz
- “El fin espiritual de las Obras de la Cruz es dar a conocer el valor del dolor, las riquezas, la única y real felicidad que existe solamente en el fondo del sacrificio voluntario, desinteresado y amoroso, enseñando además a unirlo con el del Corazón Divino de Jesús”. …“El llamamiento general del Apostolado es para que carguen la Cruz y la sigan”…. “Me explicó sus deseos de que las almas no desperdiciaran sus penas y sus dolores y que los unieran a los suyos”
Esto es de una actualidad vital. Jamás el mundo ha sufrido como en el momento presente. Jamás como ahora todo ese sufrimiento es inútil.
- “El mundo actual está bajo el signo de la Cruz, pero desgraciadamente no es la Cruz de Jesús, porque es una Cruz sin Amor. Todo dolor humano debe ser transfigurado en valor de salvación. Este es el Evangelio, la “Buena Nueva” de la Cruz. La Cruz sola no puede ser aceptada, menos aún deseada y amada, por eso “se presenta con un Corazón”.
- “El mundo huía de la Cruz porque no la tomaba más que por el lado del dolor o la repugnancia. Por eso hoy se presenta la Cruz del Apostolado, es decir la Cruz con mi Corazón, para indicar que la Cruz no está nunca sola, sino que lleva siempre clavada en ella, de una manera inseparable al Corazón de un Dios, a su misericordia, a su amor”.
- “Mi Corazón sobre la Cruz atraerá a las almas al sufrimiento por medio del amor. El dolor es un tesoro escondido el cual ya es tiempo de revelar al mundo engañado y sumergido en la sensualidad”.
- “Mi Cruz sola espanta y hace temblar, pero mi Corazón clavado en ella, atraerá suavísimamente a las almas enamorándolas del dolor”.
- “Quiero indicar al mundo que la Cruz nunca está sola y que es inseparable del Corazón de un Dios-hombre”.
- “El Corazón está sobre la Cruz […] para enseñar al mundo que si quiere llegar a su Corazón, no bastaba el amor sensible sino que se tenía que subir por la Cruz para alcanzarlo, uniendo el amor al dolor, el cual es lo característico del amor verdadero”.
Sólo el Espíritu Santo es quien da el sentido pleno, la inteligencia de la Cruz, porque “el hombre psíquico (abandonado a los recursos de su naturaleza) no capta las cosas de Dios; son necedad para él”. (1 Cor. 2, 14)
- “Jesús me explicó como y por qué el Espíritu Santo cobijaba esa Cruz, porque el alma que ha sido creada para gozar, naturalmente rechazaba el dolor, castigo del pecado y que sólo con la ayuda y la gracia del Espíritu Santo se podía santificar y hasta amar la Cruz y cargarla hasta con gozo a imitación de Él”. (Hist. RR. de la Cruz, p. 25)
3.2 La Identificación
La espiritualidad de la Cruz no se detiene en la percepción del “valor salvífico” del sufrimiento y en su aceptación por amor, sino que va más allá, hasta la fuente misma en donde se realizó la maravillosa transformación: al Corazón de Cristo Sacerdote y allí el cristiano escucha en lo más íntimo de su ser el llamamiento a la transformación en Cristo para continuar su oblación en favor de los hombres.
“Cristo Sacerdote, nos dice el Concilio Vaticano II, ha hecho de su pueblo, un reino y sacerdotes para Dios su Padre. Los bautizados son consagrados por la regeneración y unción del Espíritu Santo como sacerdocio santo, para que por medio de toda obra del hombre cristiano ofrezcan sacrificios espirituales y se ofrezcan a sí mismos como hostia, viva, santa, y grata a Dios” (LG. 10)
El cristiano ejerce su sacerdocio por su oblación existencial: entrega al Padre por Cristo en el Espíritu, de la propia persona, del propio trabajo en el mundo, que supone la donación fraternal, interhumana. Oblación unificante con Cristo en el amor. Este Sacerdocio espiritual tiene:
- Un principio: el amor
- Una esencia: la oblación
- Un fin: la gloria de Dios en la salvación del mundo.
Su acto vivencial característico es la oblación de Cristo y con Cristo de nosotros mismos. Para que esto sea auténtico y no una pura fórmula se requiere que el cristiano se identifique con Jesús, porque Cristo es el Único Sacerdote y la Única Víctima acepta al Padre.
El bautismo realiza una transformación radical que exige una identificación progresiva hasta llegar “al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo”. (Ef. 4, 13) Esta identificación se realiza “teniendo los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Fil. 2, 5):
- Siendo “víctimas con Él” por la pureza y el sacrificio.
- Siendo “con Él Sacerdotes” por el amor en la humildad y en la obediencia.
Y culmina al realizarse una “Mística Encarnación” en virtud de la cual Cristo toma posesión perfecta del hombre para continuar su sacrificio para la salvación del mundo.
La Encarnación Mística es la gracia central de Conchita.
- “Al encarnar en tu corazón llevo mis fines, transformarte en Mí doloroso. Debes vivir de mi vida y ya sabes que el Verbo encarnó para sufrir”. “Yo desde que encarné en el seno purísimo de María compraba gracias y quiero que tú transformada en Mí, viviendo de mi vida no hagas ya otra cosa. Debes olvidarte de ti. Ofrécelo todo por la salvación y perfección de las almas. Date a las almas como yo me di… con amor, con sacrificio, sin interrupción”. (CC. 22,203; 26 de marzo de 1906)
No es pues una espiritualidad de compasión, de reparación, de consuelo en un sentido puramente afectivo, sino una espiritualidad de asociación, de compromiso en la misión redentora de Cristo. Espiritualidad eminentemente apostólica en favor de todos, especialmente de los sacerdotes ya que son ellos “los que enseñan a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer juntamente con ella oblación de su propia vida”. (P 0. 5)
Quien no rehúsa mirar el panorama de la vida terrena con sus visibles abismos de odio, de desesperación, de infamia y quien por tanto no se cierra a la realidad, difícilmente renunciará a tratar de crearse un camino puramente individual de salvación, dejando a los demás abandonados. Puesto que Jesús nos amó hasta dar por nosotros su vida, nosotros sólo podemos salvarnos junto con nuestros hermanos, nadie puede renunciar a la parte de dolor y de padecimiento que le toque sufrir en beneficio de los demás.
- “En mi unión ofrécete y ofréceme a cada instante al Eterno Padre con el fin tan noble de salvar a las almas y darle gloria” (CC 22,410; 21 de junio de 1906)
3.3 María modelo
¿Existe alguna relación entre la Espiritualidad de la Cruz y la Virgen María? Si la espiritualidad de la Cruz tiende a la perfecta identificación con Cristo, Sacerdote y Víctima para cooperar con Él en su Obra de glorificación del Padre en la salvación de las almas, es evidente que la Virgen María es el modelo perfecto de este espíritu, porque nadie como Ella está tan íntimamente asociada con Cristo y con su obra de salvación.
“María, dice el Concilio Vaticano II, al aceptar el mensaje divino se convirtió en Madre de Jesús y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de Za redención can El y bajo El con la gracia de Dios Omnipotente”. (LG. 56)
María fue la pri mera que ejerció el Sacerdocio espiritual, la primera que ofreció a Cristo al Padre Celestial. Esta actitud espiritual de María la veía Conchita expresada en el Misterio de la Presentación: María que ofrece a su Hijo y que se ofrece juntamente con El.
“El Misterio que se celebra hoy concreta tu misión: la cual es ofrecer constantemente la víctima en tu corazón para que sea inmolada en favor del mundo”. “María me ofreció al Eterno Padre para ser crucificado. Tu también debes siempre ofrecerme al Eterno Padre”. (CC 25,124; 2 de febrero de 1907)
Nadie como María participó de los sentimientos más íntimos del Corazón de Cristo y penetró en el misterio de su amor y de su dolor. Nadie como Ella podía ofrecer a Jesús al Padre, porque era suyo, era su Hijo, y al pie de la Cruz lo ofreció movida por el Espíritu Santo, con amor inmenso, por los mismos fines por los que Jesús se ofreció: La gloria de Dios en la salvación de los hombres.
Después de la Ascensión de Cristo María recogió como herencia preciosísima la Cruz íntima del Corazón de su Hijo y Ella, la primera “completó en sí misma lo que faltaba a los sufrimientos de Cristo en favor de su Cuerpo, de su Iglesia” (Col 1,24).
4 Conclusión
Al llegar al final de esta reflexión más de uno se preguntará pero ¿qué novedad, qué originalidad hay en este mensaje, en esta espiritualidad? ¿ No es acaso lo más fundamental de la vida cristiana?
Esta misma pregunta se hizo Conchita,
- “pensando yo que la obra de la Cruz o su fin no es otro que el cristianismo o el Evangelio, e interrogando al Señor cómo esto puede ser novedad, estando escribiendo me contestó: Que este espíritu está muerto en unas almas, oscurecido en otras y torcido en muchas y que la obra de la Cruz viene a resucitarlo a iluminarlo, a enderezarlo”. (CC 17,324; 24 de diciembre de 1901)
He aquí el signo supremo de la “autenticidad” del mensaje de Conchita. Su mensaje es el Evangelio. Conchita es una “Palabra de Dios al mundo de hoy”. Esa Palabra es la “Palabra de la Cruz”.
[1] CC= Cuenta de Conciencia de Concepción Cabrera de Armida; diario espiritual que Concha cumplimentaba regularmente y que en su conjunto contituye una biblioteca de sesenta y seis tomos, desde 1893 hasta 1936, el año de su muerte.
[2] Léon Brunschvicg (París, 10 de noviembre de 1869 – Aix-les-Bains, 18 de enero de 1944) fue un filósofo francés de tendencia idealista.
[3] La kenosis es un concepto cristológico que tiene su raíz y su base bíblica en Flp 2,7. Ahí se dice del Hijo de Dios que «se vació a sí mismo» (heauton ekénosen), asumiendo la forma de vida humana que es propia de los demás hombres y haciéndose obediente al Padre hasta la muerte de cruz. Significa por tanto el «vaciamiento» de sí que realizó el Hijo de Dios insertándose en la historia de los hombres, hasta pasar por la experiencia de la muerte de cruz.