Monseñor Martínez le dice a Concha:
«Guarde esa cruz interna del Corazón divino en el fondo de su alma como se guarda el perfume del Amado; como se guarda la dicha, como debe guardarse el cielo de la tierra. Esa cruz es más que el perfume del Amado, es la sangre de su Corazón, es como la esencia de sus divinas palpitaciones de amor y de dolor, es la médula de su Corazón, es la savia de su vida, es algo que no puede decirse con la lengua de los hombres ni con la de los ángeles y que apenas puede saborearse en el silencio de la admiración y del amor…
No se canse de gustar la amargura de esa mirra divina, en tanto que llega el momento de embriagarse de la dulzura inefable de la eternidad. Que sea esa mirra su alimento y su bebida, alimento solidísimo, bebida generosa y ardiente. Coma y beba de esos frutos dulcísimos de su Jesús, y diga como la misma esposa de los cantares: Me senté bajo la sombra de Aquel que deseaba y sus frutos son dulcísimos a mi paladar.
Si no sacara otro fruto de estos ejercicios, que apreciar esa cruz interna, amarla, saborearla, estrecharla contra su corazón, y vivir del tesoro inagotable de su divina amargura, estos días serían provechosísimos para su alma, y habría llenado los designios admirables de Dios»[1].
Se compara la cruz interna del corazón de Jesús como a una bebida, como a una comida. Es una experiencia que es indecible, que no se puede decir. Es algo así como en el Cantar de los Cantares, que la amada dice:
Me metió en su bodega y contra mí enarbola su bandera de amor[2]
Este versículo del Cantar de los Cantares ha sido referencia obligada en la tradición mística cristiana al tratar de los últimos grados del amor divino, concretamente de la unión íntima con Jesús.
Juan de la Cruz lo toma para desarrollar cómo el alma se predispone para dicha unión, en el que cesan todas las perturbaciones de la sensualidad y del demonio:
En la interior bodega
de mi Amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía;
y el ganado perdí que antes seguía[3].
P. Eduardo Suanzes, msps