La espiritualidad de la cruz y el Corazón de Jesús

Para alguien que quiera vivir la espiritualidad de la cruz, porque se siente llamado por Dios a ello, ¿qué es lo que tiene que tener claro? ¿Cuál sería el horizonte al que está llamado? Plásticamente, ¿cómo se representaría esa meta?.

En la espiritualidad de la cruz la persona está llamada, como dice Pablo a los Filepenses, a «tener los mismos sentimientos de Cristo». Como el corazón es el icono por excelencia donde situamos los sentimientos, la persona está llamada a vivir en el Corazón de Jesús, icónicamente, desde de sus sentimientos profundos e íntimos.

El estilo de vida del llamado impele a orientarse a vivir en este centro, redirigir la vida hacia ese horizonte, de tal suerte que el deseo de ver por los ojos de Jesús y que Jesús vea por los nuestros, hablar con los labios de Jesús y que Jesús use los nuestros, amar con el Corazón de Jesús y que Jesús ame con nuestro corazón[1], es decir, vivir con los mismos sentimientos de Cristo, identificado con Él, redirige nuestra quehacer cotidiano, y polariza nuestra historia hasta la transformación del propio ser.

Mons. Martínez le dice la Sra. Armida en una carta que le envía después de haber realizado un par de meses antes sus Ejercicios Espirituales:

Es preciso que el Corazón de Jesús y el de usted estén inefablemente fundidos; que usted penetre hasta las profundidades de ese Corazón, que viva en el interior de él, pero en lo más profundo[2]

Lo esencial para el que quiere entrar en el Corazón de Jesús, el destino del que ha sido llamado a esta espiritualidad,  es la gracia que se concede en lo íntimo del amor de Dios; esta gracia es la unión. A la raíz de todo está el amor divino, que es la posesión y presencia en y del alma. Y esta unión con el Verbo se celebra en el interior del corazón de Jesús, en lo más íntimo de Él.

Por eso Mons. Martínez empuja a la Sra. Armida a penetrar hasta lo más profundo, sin quedarse en la superficie. Ella es llamada es a lo más íntimo.

Es cierto, Concepción ya había recibido la gracia de la unión (el matrimonio espiritual) hacía 33 años, pero esta gracia es penetrante y penetradora, es decir, no es una gracia que se recibe y ya está, sino que a partir de ese momento se entra en un camino de cada ve más perfección y que ni siquiera en el cielo se agota.

El alma, por la unión, ha llegado al centro de sí misma, en donde habita el mismo Dios. En adelante, el alma va a habitar en esta profundidad por la unión perfecta con Dios; profundidad que es, al mismo tiempo, la cruz interna del Corazón de Jesús; donde se sirve el banquete perpetuo de la Sabiduría. Aquí alcanzan su pleno desarrollo los dones divinos del Espíritu Santo, como se indica en las otras secciones de esta web. La contemplación se une aquí con la santidad[3].

¿Tiene sentido en nuestra vida considerar «estos vuelos«, mirar tan alto? ¿No sería más provechoso dedicarnos a  reflexionar y orar sobre algo más cercano y cotidiano, más de todos los días?

Primero hay que decir que santidad, desde el Concilio Vaticano II es sinónimo de vocación cristiana y misión en la Iglesia. Luego, tenemos que decir que «un verdadero amante no sólo quiere a su amado más que a sí mismo sino que en cierto sentido se olvida de sí mismo en relación al único que ama»[4]. Por tanto, lo que nos mueve, el motor de nuestra vida espiritual es tener la mirada en aquello que deseamos que es, por encima de cualquier cosa, la unión íntima con Jesús, la unión con el Amado, con sus más íntimos sentimientos.

Es como el que se monta en un autobús para ir a Monterrey. Resulta que al pasar por San Luís Potosí no se detiene ahí, ni cuando lo rebasa se queda mirando todo el viaje hacia atrás: lo que quiere es llegar a Monterrey y todo su deseo se centra en Nuevo León. Pues aquí sucede lo mismo: nosotros queremos llegar a la unión transformante y penetrar en ella y nunca dejar que nos deje de iluminar en nuestro caminar cotidiano.

Aquí vienen al caso unas palabras de Bertolt Brecht[5]:

«Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles».

Jesús le dice a la Sra. Armida:

«Alianza de amor con la cruz de mi Corazón, quiere decir que las almas que a ella pertenezcan, deben amar esa interna cruz, y aligerar su peso, con la perfección de su vida y evitando las ingratitudes y pecados que la forman.»[6].

«Mira, hija, esa Alianza de amor, tiene que tomar vida en ti, […]: serás tú mi misma Sangre, por [la unión] en Mí»[7]

La urgencia de Jesús es que lleguemos a sus Cruz interna, por eso detenernos a reflexionar sobre lo que significa vivir en ella no es cosa de locos, ni de presumidos, ni de desfasados…Es simplemente responder al deseo de Jesús.

Por eso es importante poner la mirada muy alto: porque ese es nuestra vocación, lo que tenemos, en cierto sentido, que vivir todos los días, pues es ese destino el que nos mueve el aquí y el ahora. ¡Acaso —usando un ejemplo de Santa Teresa— siendo gusanos de seda no vamos desear llegar a nuestro destino, que es construir el capullo primero, para ser trasformados en un nuevo ser? ¿Acaso la cumbre no está en cada movimiento del escalador que trepa por la montaña?

La comunicación de Dios al alma, la unión espiritual que se da en el Corazón de Jesús, invade y empapa todo su ser, como si fuese una bebida que se difunde y derrama por todos los miembros y venas del cuerpo.

Coma y beba —le dijo Mons. Martínez a la Sra. Armida— de esos frutos dulcísimos de su Jesús, y diga como la misma esposa de los cantares: «me senté bajo la sombra de Aquel que deseaba y sus frutos son dulcísimos a mi paladar»[8]

Es por eso que el símbolo nupcial en esta etapa espiritual de la unión con el Corazón de Jesús en la que queremos profundizar se utiliza por su capacidad de expresar la experiencia no propiamente del ser-uno, sino del estar-unido, de la comunión en la transformación, de la presencia que invita, del amor recibido que hace amar de una manera nueva, inédita, etc.

P. Eduardo Suanzes, msps

 

[1] Cfr. Felix de Jesús Rougier. Carta a los estudiantes de Roma. 13 de abril de 1929

[2] Concepción Cabrera, Cuenta de Conciencia 55, 62; 26 de febrero de 1930

[3] Cfr. Mª Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, 4ª edición. Ed. Espiritualidad, Madrid 2002, pag.1087

[4] Anónimo Libro de la contemplación llamado La nube del no saber que trata de esa nube en la que el alma se une a Dios,43

[5]Eugen Berthold (Bertolt) Friedrich Brecht (Augsburgo, 10 de febrero de 1898 – Berlín Este, 14 de agosto de 1956), fue un dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del teatro épico, también llamado teatro dialéctico.

[6] Concepción Cabrera, Cuenta de conciencia 33, 259; 1 de noviembre de 1909

[7] Ibid. 33,265; 1 de noviembre de 1909

[8] Ibid., 56, 133; 13 de diciembre de 1930