Jesús, tiempo propicio para reflexionar sobre la conversión, es éste momento de oración. Siento que me invitas, una vez más, a convertirme. Tu palabra me pone frente a la necesidad de algo “nuevo” para una “realidad nueva, siempre nueva” de tu Persona, de tu mensaje, de tu proyecto de vida.
Cinco veces utilizas en el evangelio de este día la palabra “nuevo”. Te refieres a una tela nueva, a un odre nuevo, a una necesidad urgente de una conversión de lo antiguo a lo nuevo. Señor Jesús, admiro la novedad creciente de tu Palabra; procuro que tu vida nueva vaya creciendo en mí. No puedo conformarme con lo antiguo, con el famoso “siempre se ha hecho así”. Jesús, eres sorprendentemente nuevo.
Quieres mi corazón fresco, como recién estrenado en donde te has instalado para crear y recrear a tu antojo. Vino nuevo en odres nuevos. Ya lo prometiste tajantemente: “He aquí que vengo y hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Y promesa que haces, promesa que cumples. Pero mientras la tarea es nuestra en la medida en que nos dejamos guiar por tu Espíritu, nos adentramos en tu Evangelio y nos alegramos como los amigos del novio.
Jesús, qué difícil es cambiar de costumbres, de criterios, de puntos de vista; que difícil es ir convirtiendo la mente y el corazón a la novedad de tu mensaje. Qué comprometedor es ir dando pasos por las realidades marcadas por tu historia con nosotros. No son importantes los pasos que damos, ni los zapatos que usamos, sino las huellas que vamos dejando. Pero huellas recién puestas por el camino de la vida, de la verdad, de la justicia y del amor.
Hablando de huellas, mi querido Señor Jesús, quiero agradecer las huellas que mi querido hermano en la vocación el Padre Salvador Carrillo Alday, fue dejando a lo largo de su vida que terminó en este mundo pero que seguirá produciendo frutos en la eternidad y de eternidad. Él, en tu presencia, seguirá siendo testigo bueno y fiel de la novedad de tu Palabra. Conservó siempre los odres nuevos de su corazón y de su mente para entregar palabras “de espíritu y verdad”.
Gracias, Señor Jesús porque infundiste en él a raudales tu Espíritu Santo tan querido para su corazón sacerdotal. ¡Cómo gozaba su nombre de Congregación! Acabó sus días diciendo “vale la pena ser Misionero del Espíritu Santo”. Ha dejado en tu Iglesia querida el legado de un conocimiento amoroso de tu Palabra. Sabes que soy testigo de primera mano desde hace mucho tiempo.
Y en este espacio de oración quiero admirar tu obra realizada en mi querido hermano el Padre Salvador Carrillo Alday. ¡Qué sabrosa era tu Palabra en sus palabras! ¡Qué amor tan apasionado a la Sagrada Escritura! Le diste una inteligencia asombrosa, un corazón apasionado lleno de tu Espíritu Santo, una palabra que sabía mezclar la sencillez de sus conocimientos con la profundidad de su mensaje.
Gracias, Señor, por todas las huellas que dejó de ti en nuestras vidas, siempre con aroma de Evangelio.
Le brotaba en todo se ser el amor apasionado que pusiste en su corazón cuando decidió ser tu Misionero, tu Misionero del Espíritu Santo. Y ese amor apasionado fue creciendo día con día, tanto que incendió los corazones de muchos, hizo de ellos odres nuevos para el vino nuevo de tu Palabra.
Gracias, Señor Jesús, por todos y todas las que llegaron a ti por sus clases, por su predicación, por sus escritos, por sus propuestas de adentrarse sin descanso en el conocimiento, por todos los medios posibles, de tu santa Palabra que, viniendo de él, era siempre doble buena noticia.
Acabas de llamarlo a tu presencia, le has dicho: “Entra siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, entra al gozo de tu Señor”. Y ahí está contigo, Jesús y ahí lo seguimos queriendo. Pero me queda clara una cosa y bien que lo sabes, Jesús, no seguimos al Padre Carrillo, te seguimos a ti como te siguió él. Esa es nuestra doble alegría y por eso seguiremos teniendo odres nuevos para tu Evangelio.
Lo dejamos en ti porque descansa en ti, lo llevamos en el corazón porque experimentamos el consejo y el aliento que siempre nos dio para seguir evangelizando porque también nosotros “para eso hemos salido”.
Jesús, mi buen Jesús, permite que mi oración sea ahora de intercesión. Te pido que su obra, el Instituto de Pastoral Bíblica y todo y todos los que con él se refieran, sigan creciendo, sigan dando frutos abundantes, sigan gozando de ser “odres nuevos” para el vino nuevo de tu amor.
Ahora más que nunca tienen actualidad las palabras del Apóstol san Pablo: “Olvidando todo lo que está atrás, me lanzo hacia adelante a ver si logro alcanzar a Cristo, habiendo sido yo mismo alcanzado por él” (cfr. Fil 3, 13).
Descansa en el gozo de tu Señor mi querido Padre Salvador Carrillo Alday, misionero del Espíritu Santo, e intercede para que algunos tomen tu lugar en la vocación que tanto amaste.
Jesús, mi querido Señor Jesús, gracias porque en este espacio de oración me has permitido vaciar mi corazón lleno de gratitud.
María, Santa María de la Palabra, queremos que también en nosotros la Palabra se haga carne de nuestra carne. Amén.
P. Sergio García, msps