El secreto[1] para desvelar la verdadera grandeza de José está en que él fue el responsable de la humanidad de Jesús. En la sociedad de aquel tiempo la responsabilidad de formar al niño, a partir de los 12 años de edad, recaía en el padre. José, pues, enseñó a Jesús el camino de su plena humanidad. Según la costumbre, lo tomó por su cuenta y le enseñó a ser hombre. Que José cumplió perfectamente esa misión lo descubrimos porque Jesús fue capaz de llegar a donde llegó.
En aquella cultura la relación padre-hijo se establecía, sobre todo, por la capacidad de imitación del hijo. Era buen hijo el que salía al padre, el que imitaba en todo al padre. Ahora bien, si el padre de Jesús era José, tendría la obligación de tenerle como modelo. Al crecer, Jesús se iba dando cuenta de que su Padre era Dios. Una vez tenido claro, su Padre Dios fue su referencia. Sus paisanos llegaron a decir: ¿no es este el hijo de José? ¿De dónde saca todo eso? ¿Cuál es su referencia?